ISLAS, 66 (208): e1443; mayo-agosto, 2024
Recepción: 19/03/2024 Aceptación: 24/06/2024
Artículo científico
El periodismo literario en Cuba (1959-1990): pensando los caminos de su historia
Literary Journalism in Cuba (1959-1990): Reflecting on the Paths of its History
Juventud Rebelde, La Habana, Cuba ORCID: https://orcid.org/0000-0003-2410-2012
Correo electrónico: luisraulster@gmail.com
Universidad de La Habana, La Habana, Cuba ORCID: https://orcid.org/0000-0002-1698-0678 Correo electrónico: yferran@fcom.uh.cu
RESUMEN
Universidad de La Habana, La Habana, Cuba ORCID: http://orcid.org/0000-0003-3183-9194 Correo electrónico: radames@fcom.uh.cu
Introducción: En el presente artículo se expone una propuesta de sistematización del comportamiento del periodismo literario en Cuba entre 1959 y 1990.
Métodos: El estudio se realizó desde un enfoque cualitativo y se apoyó en los métodos de análisis-síntesis, inductivo, histórico-lógico; el análisis técnico-narrativo y periodístico, así como en entrevistas a distintos actores.
Resultados: Se brinda una visión sistémica que procura una articulación entre esa modalidad periodística, los medios impresos y sus vínculos al interior del campo cultural al fragor de transformaciones radicales en el sistema de comunicación pública de la Isla, entre 1959 y 1990.
Conclusiones: Durante el período estudiado, el periodismo literario atravesó cuatro etapas con actores, publicaciones, estilos en la construcción del discurso informativo y dinámicas muy propias que las hacen distinguirse entre sí.
PALABRAS CLAVE: periodismo literario; literatura cubana; Historia; periodización
ABSTRACT
Introduction: This article presents a proposal for systematizing the behavior of literary journalism in Cuba between 1959 and 1990.
Methods: The study was conducted from a qualitative approach, supported by the methods of analysis-synthesis, inductive, historical-logical analysis; technical-narrative and journalistic analysis, as well as interviews with various actors.
Results: A systemic view is provided that seeks to articulate this journalistic modality, printed media, and their connections within the cultural field amid radical transformations in the public communication system of the Island between 1959 and 1990.
Conclusions: During the studied period, literary journalism went through four stages with actors, publications, styles in the construction of informative discourse, and dynamics that make them distinct from one another.
KEYWORDS: literary journalism; Cuban literature; History; periodization
Concepción y/o diseño de investigación:
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Análisis e interpretación de datos:
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INTRODUCCIÓN
Entre firmas relevantes y relatos llenos de pasión, entre los nombres de Ernest Hemingway o Gabriel García Márquez, la conexión periodismo-literatura ha forjado uno de los cuerpos más interesantes de la narrativa contemporánea. El calificativo mejor aceptado para nombrarlo ha sido el de periodismo literario; el cual se ha entendido como el uso de las técnicas y procedimientos de la literatura de ficción en el texto informativo.
Cuba posee una contundente tradición del periodismo literario expresada en figuras cimeras como Gaspar Betancourt Cisneros (El Lugareño), José Martí, Julián del Casal, Pablo de la Torriente Brau, Alejo Carpentier, Jorge Mañach, Eladio Secades, Onelio Jorge Cardoso, Guillermo Cabrera Infante, Lino Novas Calvo, Luis Ortega y los reportajes de Enrique de la Osa y su equipo de reporteros, publicados en la sección «En Cuba» de la revista Bohemia entre 1943 y finales de la década de 1950; por solo mencionar algunos de los ejemplos más representativos.
Esta modalidad, sin embargo, se ha encontrado envuelta en una polémica que ha dado señales de no terminar. Uno de los ejemplos, en ese sentido, fue el escándalo protagonizado por Janet Cook, periodista estadounidense ganadora del Premio Pulitzer, por un reportaje publicado en 1980 en The Washington Post, titulado «El mundo de Jimmy»,
y donde se contaba la falsa historia de un niño de ocho años que se drogaba con la complacencia de su familia.1
Ese episodio, que implicó la devolución del galardón, se ha tomado de argumento en una línea de objeciones; cuyo punto más extremo es la tesis esgrimida por quienes aseguran, de modo tajante, que el periodismo se encuentra incapacitado para alcanzar el rango de literatura.
Con todo, lo cierto es que desde hace tiempo las ciencias sociales y las artes, en particular, son testigos de un intercambio de posiciones creativas entre dos formas de expresión con varios puntos de coincidencia; pero, a la vez, con marcos bien delimitados ante el imaginario social.
Comprender esa simbiosis constituye un desafío para la academia, desde la cual se reclama el asentamiento de sus bases teóricas y metodológicas (da Conceição, 2020; Parratt, Mera, Meneses & Castell, 2022). No obstante, mientras que la ciencia abre sus caminos, no sería ocioso recordar que en algún momento cualquier construcción teórica demanda una mirada histórica, la cual permita conocer a profundidad los múltiples componentes de una realidad pasada y que en buena medida sustentan hoy las prácticas profesionales de los medios de comunicación.
Esa necesidad de historiar el periodismo literario, sobre todo en la etapa comprendida entre 1959 y 1990, resulta vital por la urgencia de hacer ver tradiciones, en muchos casos hasta de reconstituir legados y formas de organización de las redacciones, ante una serie de retos profesionales, organizacionales y educativos que enfrenta el periodismo cubano para elevar su eficacia comunicativa (Saladrigas, 2023).
Solo que para efectuar ese recorrido histórico se necesitan varios instrumentales metodológicos: fichar, anotar, acotar, identificar figuras y publicaciones y también, de entrada, sistematizar las etapas por las cuales transitó el periodismo literario en el espacio cambiante del pasado más reciente de la nación.2
El presente estudio se realizó bajo el enfoque de una investigación cualitativa. Su propósito se dirigió a establecer las etapas transitadas por el periodismo literario desde el triunfo de la Revolución hasta el derrumbe del campo socialista e inicio del llamado Período Especial en Cuba.
1 La profesora Miriam Rodríguez Betancourt (2000) realizó una amplia sistematización sobre la polémica entre literatura y periodismo, donde se sintetizan los puntos esenciales del debate.
2 Esa es la idea central de la investigación doctoral realizada por Luis Raúl Vázquez Muñoz, sobre la cual se basa este artículo y en la que se traza el itinerario del periodismo literario en Cuba a través de las mediaciones que posibilitaron el vínculo entre el campo informativo y literario, así como la articulación del periodismo literario entre 1959 y 1990.
Dicha sistematización tuvo en cuenta los posibles componentes de una relación sistémica entre los sectores informativos y artísticos del país. Por esa razón las selecciones de informantes y publicaciones se efectuaron sobre la base de un criterio intencionado, propio de una estrategia metodológica de carácter cualitativo. Posteriormente se realizó el análisis técnico-narrativo y periodístico de los textos encontrados en la prensa para ubicar rasgos y tendencias relacionados con el comportamiento de la literatura nacional.
Los datos obtenidos se sometieron a la triangulación y la interpretación a través de los métodos teóricos de análisis-síntesis, inductivo y el histórico-lógico; los cuales posibilitaron integrar la información y obtener, entre otros resultados, la presente propuesta de sistematización histórica.
La problemática de las periodizaciones
En tanto disciplinas científicas, desde hace años la Historia y las Ciencias de la Comunicación comparten una relación fecunda.3 La base de ese vínculo se encuentra en las premisas señaladas por el profesor español Manuel Martín Serrano (2009): al ser un componente importante en los procesos de desarrollo de la humanidad, la comunicación, y con ella los estudios que la examinan, muchas veces devienen en una dimensión sociohistórica, necesaria para avanzar en las fronteras del conocimiento.
Es por esa razón que los cuerpos de análisis más importantes de la Teoría de la Comunicación han tomado en cuenta el saber proveniente desde la Historia. Lo anterior se percibe de inmediato en la obra de sus investigadores más importantes, como son los ejemplos del propio Serrano y Jesús Martín Barbero, los esposos Armand y Michèle Mattelart y John B. Thompson. Entre esos autores, una mención especial la merece el profesor Enrique Sánchez Ruiz (1990), cuya contribución alcanza el nivel de una propuesta de análisis histórico-estructural, dirigida a acercarse a «los procesos históricos, sociales e institucionales que constituyen y determinan a los medios» (1990: 31-32).
A ellos se les pudieran unir, ya en una línea más directa con el análisis de esta actividad profesional, los trabajos de los investigadores Luis Albert Chillón (1999) y Roberto Herrscher (2009) por solo mencionar a dos de los más importantes en habla española. Precisamente en sus obras, ambos autores han llamado a transitar por una mirada histórica que contribuya a pensar la modalidad en su carácter de híbrido.
Lo anterior implica examinar las relaciones (posibles o no, articuladas o fraccionadas) del sector periodístico con el artístico y el papel de los actores en ese vínculo. Una
3 Los autores del presente artículo son conscientes del debate en torno a la doble acepción del concepto de Historia. Como palabra, ella designa un pasado y, a la vez, a una disciplina científica. Para una mayor claridad, cada vez que en estas líneas se mencione el término se hará, esencialmente, sobre la base de la segunda acepción.
valoración histórica del periodismo literario desde una visión sistémica podría conducir a los siguientes aportes:
Identificar los mecanismos de control cultural que en las distintas etapas históricas estimulan o limitan la adopción de formas estéticas en el discurso informativo de los medios.
Examinar las mediaciones que desde los contextos económicos, políticos y simbólicos pueden decidir la acción comunicativa; entre ellas las relaciones de poder y los espacios de socialización que intervienen en la producción de los contenidos.
Establecer un diálogo desde el corpus del periodismo literario con otros cuerpos teóricos que permitan comprender, desde una visión más global, propia de un examen del pasado, las formas cambiantes del lenguaje y su escritura; lo que pudiera enriquecer las explicaciones sobre la aparición del Nuevo Periodismo norteamericano o la Novela de No Ficción.
En esa labor, las periodizaciones constituyen un punto de partida por sus posibilidades de clarificar los distintos momentos dentro de una continuidad. Ya el historiador francés Pierre Vilar (1999) había señalado que no existía nada más útil que una sólida cronología para trazar los marcos indispensables de la Historia.
Sin embargo, una segmentación de esa naturaleza no opera como un simple hecho cronológico; sino que expresa, además, la idea de transición, de viraje e incluso de contradicción con respecto a la sociedad y a los valores del momento precedente. Los periodos, por consiguiente, tienen un significado particular «en su propia sucesión, en la continuidad temporal (dentro de) o en las rupturas que tal sucesión evoca, y constituyen un objeto de reflexión fundamental para el historiador» (Le Goff, 2016: 10).
De lo anterior se desprende que periodizar no constituye un acto neutro; sino que deviene en una construcción teórica, encaminada a identificar una serie de elementos con rasgos comunes y con posibilidades de constituir una unidad dentro del lapso histórico.
Las mismas, por lo tanto, se convierten en una expresión de las concepciones de los investigadores y que pueden apuntar a conceptos tan importantes como las referidas a la pluralidad del tiempo histórico, advertidas por Fernand Braudel (1970), entre otros estudiosos, quienes señalaron la necesidad de valorar el pasado de manera holística desde el transcurso que adoptan otros eventos, como el comportamiento de la economía, la relación del hombre con la naturaleza o el de las propias estructuras sociales.
En tal sentido se pudiera concluir que la actividad de sistematizar un espacio temporal implica tener en cuenta los criterios y objetivos que se persiguen, pero también observar en qué medida el trabajo de campo valida esa propuesta para no terminar en el error de
«creer que el orden adoptado por los historiadores en su investigación tiene que modelarse necesariamente sobre el de los acontecimientos» (Le Goff, 2016: 17).
Esta serie de ideas resultan esenciales para abordar el período 1959-1990 en el estudio del periodismo literario cubano. Los límites establecidos dentro de esos años responden a un lapso marcado por los diferentes cambios del sistema político y la sociedad en general, y que determinan el funcionamiento de los medios públicos.
Dentro de esa amalgama, el hilo conductor de la periodización es el comportamiento del periodismo literario en su ejercicio, rupturas, resistencias y rearticulaciones dentro de los medios de comunicación, y que actúan combinados con los cambios antes mencionados, como demostró la investigación de campo.
El punto final de este recorrido se establece en un año, señalado por las distintas aproximaciones históricas (Martínez Heredia, 2005; García Luis, 2014; Zanetti, 2022), como la fecha donde el derrumbe del campo socialista concluyó de forma abrupta con un mundo para darle paso a otro con rasgos cualitativamente distintos a las décadas precedentes y donde se produce un giro epistemológico en múltiples campos de la vida en el país.
Ahora bien, valorar las interioridades de ese período conlleva a pensar los caminos del periodismo literario desde una posición que tenga en cuenta el eje política-comunicación- cultura, desde el cual «la ciudadanía crea sus universos simbólicos y espacios de pertenencia a una sociedad» (Martín Barbero, 2002: 15-16).
Esto implicaría reflexionar sobre la base de una serie de variables, aportadas por las evidencias empíricas. La primera de ellas es la interrelación entre el campo informativo y literario a partir de una realidad sociológica: la inequívoca condición que ofrece la presencia, como productores simbólicos, de actores que simultanean su vida profesional entre ambos sectores. Ese vínculo registra en la Cuba revolucionaria momentos de auge, rupturas y reordenamientos; pero, además, tiene por resultado la combinación del discurso de los medios con las estéticas registradas en cada momento de la literatura cubana.
Un segundo componente se dirige a los sucesivos procesos de ordenamiento e institucionalización del sistema político y de gobierno, que a partir de 1959 demandan ya no una prensa sensacionalista o que busca la división de los cubanos, y sí un periodismo militante que testimonie los nuevos desafíos, los cambios radicales, las nuevas mentalidades e imaginarios, aun cuando no renuncie a su labor propagandística y educativa hacia el pueblo, de acuerdo a los criterios comunicacionales de la época.
Estos cambios se ven inmersos en una transformación radical de la sociedad cubana en todos sus ámbitos. Los elementos aquí son múltiples; por lo que a modo de síntesis se pudieran mencionar el incremento de los niveles de instrucción y de tiradas editoriales, lo cual convierte a publicaciones destinadas a públicos específicos (las llamadas revistas y suplementos culturales, por ejemplo) en verdaderas publicaciones de masas, lo cual determina el sentido de la elaboración de los textos y los enfoques de trabajo en las redacciones.
Otro elemento es el sucesivo reordenamiento del sistema político, que a través de una serie de fases y eventos impactan en el funcionamiento de los medios al crear espacios de autonomía o restringir su desempeño.
Esos acontecimientos fueron, entre otros, las polémicas culturales y conflictos internos dentro de las fuerzas revolucionarias, el acercamiento al campo socialista europeo a partir del fracaso de la Zafra de los Diez Millones o la Política de Rectificación de Errores y Tendencias adoptadas a partir del III Congreso del Partido.
Por último, no debiera olvidarse una serie de elementos que, en algunos casos, engloban y, en otros, definen matices y con ellos la naturaleza de los procesos mediadores en la relación pasado/comunicación social a lo largo de las décadas analizadas. Los mismos se pudieran resumir en los siguientes puntos:
El carácter de ruptura asumido por las revoluciones políticas con las sociedades que la preceden, al punto de asumir transformaciones radicales en todos los órdenes de la vida, y que en el periodismo se trasluce en un cambio de agenda, contenidos, prismas de análisis, estructuras y presentación de los aconteceres.
Una compleja toma de partido desde la posición del periodista/narrador, al ubicarse como actor dentro del debate ideológico y que hace replantear los criterios de objetividad, sentidos de pertenencia, responsabilidad, entre otros referentes profesionales desde los ángulos de un mediador/legitimador activo y de un actor con una visión crítica/transformadora de su función social.
Los apremios que impone una realidad convulsa, signada por luchas de clases, corrientes políticas y hasta de prismas personales, sobre todo en los primeros momentos del fenómeno revolucionario; lo cual determina repensar la realidad desde otros prismas y con ello la articulación de una nueva narrativa.
Las propias exigencias de esa realidad que, junto a las particularidades de los actores/periodistas (historias de vida, premisas creativas, culturas profesionales y organizacionales, entre otras dimensiones) se apropiaban de una modalidad que transitan por una vertiente donde el realismo consustancial de la estética periodística se integra con reflexión, poética e, incluso, con ajustadas dosis de ficción.
Desde esas coordenadas es que se registran las innovaciones, los espacios de resistencias desde la cohesión de las culturas profesionales ante la jerarquización de los modelos de prensa que limitan el periodismo literario o las tomas de conciencia ante las incapacidades comunicativas del modelo de prensa a partir de la década de 1970 y que, en buena medida, sustentan los intentos de rearticulación durante los años ochenta.
A partir de las consideraciones expuestas, el comportamiento del periodismo literario cubano entre 1959 y 1990 se sintetiza en los siguientes momentos:
Primera etapa. De 1959 a 1964
El período se caracterizó por una simbiosis de publicaciones, experiencias y grupos generacionales. De un lado, se registró la realización de un periodismo narrativo, proveniente de la órbita más innovadora de la prensa de la última etapa de la República neocolonial. Este rasgo se tipificó en los periódicos El Mundo y la revista Bohemia, medios que en los dos primeros años de la Revolución superaron el cierre por la salida de sus dueños del país y sus vínculos con la dictadura de Batista.
Por otra parte, en la circulación nacional entraron nuevas publicaciones en las cuales se verificaron una serie de transformaciones en los recursos expresivos en correspondencia con las tendencias gráficas y literarias del momento. Entre estos últimos se encuentra el periódico Revolución con su suplemento Lunes de Revolución y el que lo sustituye, el Rotograbado de Revolución. El listado continúa con Hoy; la revista INRA y el magazine Mella.
En ese espacio las redacciones informativas funcionaron con un alto nivel de autonomía y en ellas se apreciaron dos grupos generacionales. El primero lo conformaron personalidades con un nivel de reconocimiento (Nicolás Guillén, Mirta y Sergio Aguirre, Onelio Jorge Cardoso, Félix Pita Rodríguez, Manuel Navarro Luna, Enrique de la Osa y Eladio Secades, entre otros). El segundo se distinguió por la juventud de sus miembros y se integró por dos vías: la de un sector que no cuenta con experiencia alguna en el periodismo; pero que a partir de la autonomía de las redacciones se mantiene en un nivel de experimentación que los conduce a elevar las posibilidades comunicativas de sus trabajos. Este fue el caso del magazine Mella, dirigido por Carlos Quintela e integrado por firmas como Norberto Fuentes, Guillermo Cabrera Álvarez, Alfredo Echarry Ramos, Víctor Joaquín Ortega, Guillermo Rodríguez Rivera, Karelia Fortes, Guillermo Rosales y Víctor Casaus, entre otros; combinados con la experiencia de un cronista como Marcos Behmaras.
El otro grupo lo conformaron jóvenes que, por sus niveles de cohesión y madurez en sus concepciones creativas, tipificaron las tendencias periodístico-literarias de esta primera parte de los sesenta. En buena medida, sus integrantes eran intelectuales jóvenes que antes de 1959 se nuclearon alrededor de distintos grupos culturales, como el de la revista Orígenes (en menor medida), la Sociedad Cultural «Nuestro Tiempo» y la revista Ciclón (en su mayor parte).
En el plano informativo algunos de ellos se vincularon a la zona más innovadora de la prensa en la última etapa de la República neocolonial; específicamente a Carteles, Prensa Libre, Bohemia y El Mundo. En enero de 1959, ese conglomerado se movió hacia el periódico Revolución y sus suplementos.
En su calidad de reporteros o colaboradores, ese grupo estuvo integrado por Guillermo Cabrera Infante, Lisandro Otero, Carlos Franqui, Virgilio Piñera, Pablo Armando Fernández, Rine Leal, Roberto Branly, Calvert Casey, Heberto Padilla, Humberto Arenal, José Antonio Baragaño, José Ardevol, Gregorio Ortega, Roberto Fernández Retamar, César
Leante, Antón Arrufat, José Triana, Ambrosio Fornet, Severo Sarduy, José Lorenzo Fuentes, Jaime Sarusky y César López, entre otros.
Los temas de la agenda pública, tratados desde el periodismo literario remiten a la lucha contra la dictadura de Batista y los crímenes del régimen; la segregación racial y económica bajo el modelo latifundista y monoproductor de la República neocolonial y su control por parte de compañías extranjeras; el enfrentamiento con los Estados Unidos y las agresiones de toda índole contra el país; la campaña de alfabetización, la vida cotidiana y las transformaciones en los diversos sectores de la sociedad, entre otros puntos.
Una muestra de esos trabajos se pudiera apreciar, dentro del periódico Hoy, con las crónicas de Nicolás Guillén o Severo Aguirre o los reportajes «Crónicas de un médico», de Manuel Navarro Luna; «Arquitectos de ciénagas», de José Solís y la serie «Cuadernos de Viaje», de Eduardo Heredia.
En el magazine Mella se puede distinguir a «El cocodrilo, una fiera cansada», de Guillermo Rosales; «Nuestro amigo el sello», de Guillermo Rodríguez Rivera; «Guanahacabibes, tierra de carboneros», de Jesús Cruz y el reportaje sobre la aviación agrícola titulado «Misión CU- E 806 Bombardeo a La Sogata», de Karelia Fortes.
En Revolución y su suplemento, Lunes de Revolución: «Lo que nos dejó Mamá Yunai» y
«Ahora se acabó el Chinchero», de Santiago Cardosa Arias; de Guillermo Cabrera Infante las crónicas de cine en la página cultural, la entrevista a Luis Cardosa y Aragón y sus crónicas y reportajes sobre la España franquista; los reportajes «La limpia pupila del pescador» y «El festival blanco de la cooperativa Dos Ríos», de Jaime Sarusky; «¿Quiénes son esos del batallón suicida?», de Ambrosio Fornet y «Conversación en la Laguna» y
«Sartre y Beavouir por la provincia de Oriente», de Lisandro Otero, los cuales formaron parte de una serie que dio vida al libro Cuba. Z.D.A.
En la revista INRA se destaca Onelio Jorge Cardoso en una amplia variedad de trabajos, entre los que se pueden mencionar a «Cocodrilos de Zapata» y «Camaroneros de Santa Cruz». También a Jaime Sarusky con «La penúltima aventura de Domingo Pantoja» y Santiago Cardosa Arias con «Los Pinos: una cooperativa modelo».
Segunda etapa. De 1965 a 1971
Se inició con varios hechos que la tipifican. Uno de ellos es el ascenso de Lisandro Otero al cargo de director de la revista Cuba (anteriormente INRA), con lo cual se inició un importante espacio de actualización dentro del periodismo nacional. Otro lo constituye el reordenamiento del sistema de medios de públicos, concretado a finales de 1965 y que supuso la unión de Revolución y Noticias de Hoy para dar paso a Granma junto a la fusión de La Tarde con Mella para crear a Juventud Rebelde.
Un tercer evento lo constituye la aparición de una hornada de narradores y reporteros, refrendada con el premio de cuento otorgado por la Casa de las Américas al libro Los años
duros de Jesús Díaz y que señala el nacimiento de una nueva tendencia en la literatura cubana. En varios casos, algunos de estos actores ya se encontraban en activo en la etapa anterior; pero será en estos años donde alcanzan su madurez profesional.
En general, sus improntas se mueven alrededor de la literatura norteamericana, el boom de la narrativa latinoamericana, los ejemplos que para el período brindan las letras cubanas, y los propios referentes dejados por el periodismo nacional con Lunes de Revolución y la revista Cuba. Otras influencias provienen de la narrativa soviética al comprobar que los textos distribuidos en Cuba son escritos por periodistas y con temáticas que en cierta medida resultaban afines a la realidad nacional.
Junto con estos referentes, sus modelos expresivos se construyen en torno a la llamada Narrativa de la Violencia y la estética de un nuevo género que aparece a finales del período: el testimonio, cuya práctica dentro del periodismo nacional se jerarquiza en la revista Alma Mater.
Entre los nuevos representantes se pueden mencionar a Jesús Díaz, Norberto Fuentes, Eduardo Heras León, Germán Piniella, Rogerio Moya, Vicente Carrió, Rosa Ileana Boudet y Gladys Egües, Luis Rogerio Nogueras, Félix Guerra, Félix Contreras y Froilán Escobar.
Temas abordados: la lucha contra bandidos, los sabotajes y agresiones a poblados costeros, las movilizaciones a las zafras del pueblo y los planes agrícolas, personajes de la vida cotidiana, como las reinas del carnaval de La Habana o las fiestas populares en diversas localidades del país; el acercamiento al pasado nacional, los logros científicos, el aumento de la capacidad defensiva de la nación, el trabajo de los órganos de la Seguridad del Estado en la neutralización de los planes del gobierno norteamericano contra el país y la vida cultural en general.
Algunos títulos ilustrativos: en el periódico Granma, «Cayo Loco y el levantamiento popular», de Roberto Pavón Tamayo; «Gente de medio pelo», de José Solís; «El alba comienza por Octubre», firmado por Bernardo Callejas; la crónica «El Abra», de Sixto Quintela, los reportajes de Marta Rojas sobre la guerra en Vietnam y los recorridos con el Comandante en Jefe Fidel Castro y la serie sobre la Lucha Contra Bandidos realizadas por Norberto Fuentes con trabajos al estilo de «Entrevista a un asesino», «El cerco de rocas y fuego» y «Los últimos minutos de Pichi Catalá».
En Juventud Rebelde las crónicas de Mario Kuchilán publicadas en las secciones
«Fabulario» y «En Zafarrancho». En la revista Cuba, los reportajes «Guardafronteras» y
«Posición Uno», de Norberto Fuentes; mientras que en la revista Alma Mater se puede apreciar «El largo asedio al transporte blindado», de Rogerio Moya; «Armar un campamento», de Rosa Ileana Boudet; «Crónica de dos días» por German Piniella y
«Operación Sagua», de Gladys Egües, donde se narra el ataque a poblado costero por una lancha pirata contrarrevolucionaria.
Tercera etapa. De 1971 a 1982
Significó un retroceso en la práctica del periodismo literario. A partir de los conflictos en el campo de la cultura, que desembocaron en la llamada etapa del Quinquenio Gris, se adoptó la decisión de excluir a los escritores de los medios de comunicación (Vázquez, 3 de febrero de 2022).
Para 1971 el modelo de organización de la prensa, instaurado en 1965, había acentuado el carácter verticalista en el funcionamiento del sistema de medios públicos. Bajo sus líneas de dirección se implementaron los llamados planes editoriales, basados en los criterios de una propaganda de aliento conductista y que restringieron la autonomía de las redacciones para estimular la cantidad de trabajos publicados por encima de la calidad.
En el período se registraron conflictos con diferentes niveles de intensidad por la negativa de editores y periodistas de aceptar esas directivas, que cercenaban los espacios de innovación.
Entre otras redacciones, las divergencias se dieron en Juventud Rebelde, donde los periodistas se opusieron a la prohibición del uso de la primera persona en los despachos informativos. También se registraron en la revista Cuba (para ese período denominada Cuba Internacional), medio en el cual se celebró una reunión a inicios de los setenta con la dirección nacional de la UPEC para imponer un modo más cablegráfico al redactar los trabajos. En la revista Moncada, del Ministerio del Interior, el tema se zanjó con la negativa expresa de los editores de adherirse al sistema de planes editoriales por considerar que
«esas planificaciones estrictas coartaban la iniciativa [y mataban] la creatividad» (Vázquez, 1 de marzo de 2022).
Durante esta etapa, las culturas profesionales dentro de los medios y el prestigio de determinadas figuras permitieron crear espacios para que se practicara el periodismo literario. Entre las firmas más representativas se encuentran Víctor Joaquín Ortega, Elio Menéndez, Guillermo Cabrera Álvarez y Héctor Zumbado Argueta en Juventud Rebelde; Rolando Pérez Betancourt y Julio García Luis en Granma; Reynaldo Peñalver Moral en Bohemia; Juan Carlos Fernández en Moncada y Antonio Conte Téllez, Ciro Bianchi Ross, Eliseo Alberto Diego García-Marruz, María Elena Llana, Manuel Pereira Quintero y Raúl Rivero en la revista Cuba Internacional.
Temas abordados: la historia del país, la vida cotidiana a través de las crónicas costumbristas, la agresión de los Estados Unidos a Vietnam; las historias de vida de personalidades del deporte y la cultura tanto nacional como del campo socialista; el rol de la Unión Soviética en la escena internacional y su papel en la Segunda Guerra Mundial; así como las inversiones en la educación, la economía y localidades al interior de la isla.
Entre los textos a mencionar se encuentran, en la revista Moncada, «Operación Silencio» y «Cara Linda: el bandido solitario», de Juan Carlos Fernández. En Juventud Rebelde,
«Héroes anónimos», «Moscú 80», «Garras y colmillos en la Fórmula Uno», de Víctor Joaquín Ortega; «El misterio del lagarto frío», «El día de los Pipos», «El asere científico» y
«Riflexiones», de Héctor Zumbado Argueta junto con la serie «Protagonistas del Realengo» de Guillermo Cabrera Álvarez, donde se reconstruye los escenarios y personajes que protagonizaron el reportaje «Realengo 18» de Pablo de la Torriente Brau.
En Granma se pueden valorar las crónicas de la serie «Sucedió hace 20 años», de Rolando Pérez Betancourt y las coberturas de Julio García Luis a las actividades del Comandante en Jefe. Otros trabajos a mencionar son «El día que mataron a Malcom X», de Reinaldo Peñalver Moral en Bohemia y las entrevistas «Onelio: se toma o se deja» y «En Zafarrancho con Kuchilán», de Agenor Martí, publicadas en la revista Cuba Internacional en mayo de 1971 y septiembre de 1977, respectivamente.
Cuarta etapa. De 1983 a 1990
La cuarta etapa periodístico-literaria es el resultado de los cuestionamientos dentro del sector a sus problemáticas y las búsquedas para elevar la eficacia comunicativa del mismo. Esa dinámica se legitima con la celebración del III Congreso del Partido y la formulación de la Nueva Política Informativa, surgida en los marcos de la Política de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas.
El punto de partida se toma con la aparición del Equipo Especial en Juventud Rebelde en 1983, integrado por Leonardo Padura Fuentes, Ángel Tomás Hernández Ramos y Emilio Surí Quesada. De acuerdo con la revisión documental, en ese momento es donde se logra estructurar una intención para convertirla en toda una proyección con carácter orgánico en la gestión editorial del medio de prensa.
En mayor o menor medida, esa experiencia organizacional se llevó a otras publicaciones en las cuales también se percibió un nuevo modo de escritura, que relaciona los reportajes, crónicas y entrevistas con las nuevas tendencias de la literatura cubana.
Ese estilo se apoya en un evidente uso de la fabulación desde la anécdota real, la marcada adopción de estructuras de la novela en la construcción del reportaje y una evidente hibridación genérica. La misma se hará evidente a lo largo de la década en los trabajos de Amado del Pino, César Gómez Chacón, Luis Manuel García Méndez, Senel Paz y Manuel Henríquez Lagarde. Otros reporteros que identificarán el período, con sus estilos ya muy particulares, son Enrique Núñez Rodríguez, Manuel González Bello, Luis Sexto, Roger Ricardo Luis y Argelio Santiesteban.
Temas abordados desde el periodismo literario: las misiones internacionalistas en África; la vida cotidiana, pero ahora examinada desde un enfoque crítico y con una diversidad de recursos estilísticos; la historia del país, mirada desde la dimensión de lo popular; las costumbres, tradiciones locales o zonas poco o nada abordadas anteriormente y con rangos de actualidad, como es la prostitución y los conflictos juveniles o de pareja, al igual que las historias de vida a personalidades de la cultura y del deporte.
Títulos a destacar, de manera muy sintética pero dentro de una amplia variedad, son:
«El viaje más largo», «Yarini, el rey» y «Un imperio entre las nubes», de Leonardo Padura;
«El hombre del Reich» y «Un boleto para el norte», de Ángel Tomás Hernández y Emilio Surí Quesada, todos en Juventud Rebelde; «El caso de Sandra», de Luis Manuel García en Somos Jóvenes y «Pelotón II», de César Gómez Chacón en la revista Verde Olivo.
La propuesta de sistematización aquí mostrada intenta superar una postura anecdótica, centrada en los hechos o el recorrido puntual de figuras para transitar hacia otro enfoque: el de ubicar las coyunturas e historias de vida en los contextos que no solo las enmarcan; sino que, además, pueden abrir caminos en la renovación genérica en función de dar respuestas a las necesidades surgidas de esos mismos limites contextuales.
Desde esa interrelación es que se parte de la premisa de que entre 1959 y 1990 la conexión periodismo-literatura en Cuba atravesó por diferentes etapas de alza, descenso y rearticulación. Uno de los mayores desafíos, en ese sentido, es alcanzar una sistematización que se muestre consistente ante la comunidad científica y los públicos interesados en el tema abordado.
La periodización propuesta, por lo tanto, no puede verse como algo definitivo. Aunque su presupuesto se dirige a contar con un instrumento que clarifique diferentes lapsos en el tiempo, su cometido esencial es el de aproximarse a una modalidad cuyo estudio debe transitar a enmarcar su objeto de análisis en la creciente complejidad cultural de las sociedades.
En ese propósito, tal y como se puede vislumbrar en las entrelíneas de la sistematización, no se puede perder de vista el importante papel de los actores dentro de los medios de comunicación. Los mismos juegan un rol decisivo a partir de sus funciones, jerarquías adquiridas por su desempeño profesional y por sus historias de vida. En ese punto se encuentra una de las claves para estudiar y, sobre todo, comprender la historia del periodismo literario.
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Radamés Linares Columbié (Guantánamo, 1943). Profesor titular de la Universidad de la Habana en el Departamento de Ciencias de la Información de la Facultad de Comunicación. Es Doctor en Ciencias de la Información. Imparte docencia e investiga acerca de la Historia y Epistemología de la Bibliotecología y Ciencia de la Información.
CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO: VÁZQUEZ, L.R; FERRÁN, Y; LINARES, R. (2024). El periodismo literario en
Cuba (1959-1990): pensando los caminos de su historia. Islas, 66(208): e1443.
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