ISLAS, 67 (210): e1534; enero-abril, 2025.
Recepción: 12/09/2024 Aceptación: 17/01/2025
Artículo científico
El trotskismo ibérico. La Liga Comunista Revolucionaria y la Liga Comunista Internacionalista en las transiciones a la democracia
(1973-1999)1
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Iberian Trotskyism: The Internationalist Communist League and Revolutionary Communist League in the Transitions to Democracy
(1973-1999)
Ernesto M. Díaz Macías
Universidad de Cádiz, Cádiz, España
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-8325-2144
Correo electrónico: ernesto.diaz@uca.es
Fernando Ramón Lara Silva
Universidad de Cádiz, Cádiz, España
ORCID: https://orcid.org/0009-0002-6067-6793
Correo electrónico: fernando.larasil@alum.uca.es
RESUMEN
Introducción: Se analiza la actuación de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) y de la Liga Comunista Internacionalista (LCI) en los principales hitos de la Transición en España y la revolución en Portugal. En el artículo se desgranan sus posicionamientos políticos durante los principales acontecimientos, las interacciones con otras fuerzas partidistas, sindicales y sociales.
Métodos: Tratamiento de fuentes primarias digitales provenientes tanto de archivos digitales como de documentación recopilada en archivos físicos. Los documentos tratados se contextualizan partiendo de la literatura actualizada para ambos casos.
Resultados: El artículo permite acompañar a las organizaciones investigadas a lo largo de los principales acontecimientos de la Revolución de los Claveles y de la Transición en España. Permite analizar cuáles fueron los procesos de interacción específicos con los movimientos sociales de la época, así como con los principales hitos políticos de ambos países.
Conclusiones: Tras el análisis de ambas organizaciones y de sus actuaciones en sus contextos, se puede deducir que ambas organizaciones pusieron en práctica un tipo de cultura política muy parecida. Las similitudes se deben tanto a los contextos similares como a la vinculación a una misma Internacional.
PALABRAS CLAVE: trotskismo ibérico; Liga Comunista Revolucionaria; Liga Comunista Internacionalista; democracia
ABSTRACT
Introduction: This study analyzes the actions of the Revolutionary Communist League (LCR) and the Internationalist Communist League (LCI) during key moments of Spain’s Transition and the Portuguese Revolution. The article explores their political positions during major events, as well as their interactions with other political, union, and social forces.
Methods: The research is based on primary digital sources from digital archives and documents collected from physical archives. These documents are contextualized using updated literature for both cases.
Results: The article traces the trajectory of the investigated organizations through the main events of the Carnation Revolution and Spain’s Transition. It examines their specific interactions with social movements of the time and their engagement with major political milestones in both countries.
Conclusions: After analyzing both organizations and their actions within their respective contexts, it can be concluded that they developed a very similar political culture. These similarities stem from both their comparable historical contexts and their affiliation with the same International.
KEYWORDS: iberian trotskyism; Revolutionary Communist League; democracy; Internationalist Communist League
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Antes de analizar las trayectorias de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) en España y de la Liga Comunista Internacionalista (LCI) en Portugal, parece conveniente señalar algunos aspectos de la historia de su tronco común: el trotskismo. La LCI y la LCR nacieron en un momento en el que los ismos tenían relevancia, no solamente para dar contenido a la vida interna de los partidos, sino también para determinar las iniciativas de los partidos. Las organizaciones se definían como estalinistas, consejistas, trotskistas, luxemburguistas o maoístas porque esas adscripciones significaban algo en su quehacer político (Pérez Serrano, 2015; 2019).
Dentro de los diversos ismos, la LCI y la LCR se inspiraban en la corriente inaugurada por Trotsky en 1938 (Comunismo, 5, 1972; Romero, 2007), así como por la creación de la IV Internacional y la redacción del Programa de Transición (Trotsky, 1938). Se inspiraba en la Revolución Rusa, pero también en la lucha contra lo que pensaban que fue la degeneración y traición de la misma por parte de Stalin y sus partidarios (Trotsky, 1991; 2007). Pero el trotskismo tuvo muy poco recorrido como corriente unitaria. Desde sus primeros pasos, se dividió en numerosas tendencias que reivindicaban para sí la veracidad del legado originario (Maitan, 2006). Dentro de la diáspora de los trotskismos, la LCI y la LCR se aproximaron al Secretariado Unificado de la IV Internacional, entre cuyos dirigentes destacaban por entonces Ernest Mandel, Daniel Bensaid o Alain Krivine (Bensaid, 2018), entre otros. Lo hicieron porque, a sus ojos, era la menos doctrinal, más flexible y moderna de todas las tendencias que se reivindicaban del trotskismo. La historia de ambas organizaciones comienza aquí, a partir de una radicalización política y una aproximación a esta particular corriente del comunismo denominado trotskismo. Una radicalización estimulada igualmente por la politización de una nueva generación distanciada de la «turbulencia de principio de los años 30» (Alexander, 1991: 713).
Pero ni la LCI ni la LCR fueron reproductores mecánicos de una tradición previamente empaquetada, sino reinterpretes de la misma bajo la luz de un nuevo contexto histórico al de las décadas de 1930 y 1940. Este nuevo contexto se inició con el impacto de las rebeliones mundiales de 1968 y los realineamientos que inspiraron en el seno de la izquierda revolucionaria. El componente generacional que se acaba de citar es otro elemento compartido por ambas organizaciones. Hacia finales de la década de 1960 una parte de la radicalización juvenil producida en distintos ámbitos (universidades, barrios, centros de trabajo) se canalizó por vías distintas a las que habían sido mayoritarias durante las décadas anteriores. Los partidos socialistas tenían dificultades para atraer a una juventud que les miraba con recelo por su cada vez mayor aceptación de las relaciones sociales capitalistas. A su vez, muchos de estos jóvenes veían en la URSS y en los distintos partidos comunistas organizaciones en proceso de moderación como resultado de la teorización de la «coexistencia pacífica» con el capital mundial (Pérez Serrano, 2013: 250-251). Dada la transformación de ambas tradiciones, que habían sido mayoritarias en las generaciones precedentes, la nueva radicalización juvenil tendió a expresarse políticamente a través de lo que se terminó denominando la Nueva Izquierda (Hall, 2010; Thompson, 2017), un espacio juvenil radical que tendió a aproximarse a corrientes minoritarias del movimiento obrero, como el trotskismo, el consejismo, el maoísmo o el luxemburguismo. Esta nueva izquierda radical tendió así mismo a innovar en el campo de la intervención social. A sus ojos, existían problemas generados por el capital que trascendían a las relaciones laborales para afectar al conjunto de las relaciones sociales. Por ello, y sin abandonar el movimiento sindical, participaron activamente de las luchas feministas, ecologistas o el movimiento LGTBI. Un conjunto de reivindicaciones novedosas que se agruparon bajo el concepto de Nuevos Movimientos Sociales (Fernández Buey, Riechmann, 1995). Por tanto, las dos organizaciones que se someten a investigación terminaron siendo una síntesis entre una tradición nacida al calor de los conflictos políticos de los años 30 con el auge de nuevos intereses sociales durante las décadas de los sesenta y setenta del siglo xx.
La LCI se fundó en diciembre de 1973 como resultado de la fusión de distintos núcleos locales surgidos a finales de la década de los sesenta. Estos procedían de la radicalización juvenil surgida en 1968 que tuvo un impacto significativo en el movimiento estudiantil de 1969 en Coímbra (Ediçoes Combate, 2024). Allí destacaron dos líderes estudiantiles, Francisco Sardo y João Cabral Fernandes, cuya politización se desmarcó de las corrientes de izquierda dominante. Durante el año siguiente, promovieron la publicación de obras de Trotsky y Ernest Mandel, acercándose de este modo a la corriente del Secretariado Unificado (SU) de la IV Internacional.
En 1971 Cabrales visitó Francia y estableció contacto tanto con la corriente lambertista como con la del Secretariado Unificado, representada en aquellas reuniones por Daniel Bensaid y Alain Krivine. Después del viaje, deciden mantener contacto con esta última corriente. Cabrales se instala en Lisboa con el objetivo de promover el nuevo proyecto en la capital (Ediçoes Combate, 2024). El año de 1972 estuvo marcado por el desarrollo de agrupaciones locales vinculadas entre sí bajo el nombre de Grupos de Acción Comunista. Se fundaron núcleos en Lisboa (dirigido por Cabrales), Oporto (por Sardo y Manuel Resende) y Coímbra (por Marinho da Silva). Aumenta la actividad propagandística con la creación de Toupeira Vermelha, dirigida a los sectores estudiantiles y pronto convertida en Luta Proletária que en adelante será su principal publicación regular. Los distintos núcleos locales comenzaron a mantener reuniones de coordinación estables. Durante el resto del año, las agrupaciones locales crecen a través de los conflictos vivos: en Lisboa a partir del movimiento anticolonial, en Oporto a través del conflicto en varias fábricas, mientras que en Coimbra se hizo a través de iniciativas propagandísticas. Ese mismo año, la aún pequeña agrupación de Lisboa sufrió una escisión que tomó el nombre de Unión Obrera Revolucionaria (UOR).
Durante 1973 se dieron algunos pasos más. La agrupación de Lisboa creó una editorial propia. Por el contrario, sufrieron los primeros arrestos en la víspera de las manifestaciones del Primero de Mayo. Los arrestados fueron torturados y retenidos durante varias semanas. En el otoño, Cabrales vuelve a Francia a intensificar las relaciones con la LCR francesa, la sección más dinámica del SU por entonces. En diciembre del mismo año, las tres agrupaciones locales celebran en Peniche el congreso fundacional de la LCI (Ediçoes Combate, 2024). En este acontecimiento estuvieron presentes tanto representantes de la LCR francesa como de la española. La conexión con la sección española no solamente está presente desde los primeros pasos de la LCI, sino que se intensificará a lo largo de la década.
Fue una de las dos formaciones principales del trotskismo portugués junto al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), de tendencia morenista y fundado a principios de 1975. La LCI se desenvolvió en el contexto de la Revolución de los Claveles y el inmediato auge y caída del proceso revolucionario en Portugal. Durante su existencia, fue consciente de su rol minoritario dentro de la experiencia portuguesa, una postura que le permitió permear en el mundo sindical y en los movimientos sociales, principalmente dentro del ámbito vecinal, si bien no alcanzó a posicionarse como partido con representatividad parlamentaria, tarea que de todas formas no se encontraba entre las prioridades políticas de la formación.
La LCR se gestó y curtió durante los años comprendidos entre 1971-1976, fechas que indican su fundación y el inicio de la Transición en España. Fueron cinco años de numerosos debates congresuales, fusiones y divisiones, así como de intensa intervención en distintos conflictos sociales y políticos.
La LCR se fundó en enero de 1971 como culminación de la evolución ideológica de un grupo militante procedente de la resistencia al franquismo de la década de 1960. Durante esta década, muchas de las expresiones de resistencia contra el franquismo eran ideológicamente laxas, debido a la despolitización promovida por el franquismo mediante la destrucción del movimiento obrero de la década de 1930. Sin embargo, la radicalización política internacional que tuvo lugar durante los años 60 provocó que un grupo militante que formaba parte del Frente de Liberación Popular (FLP) —denominado popularmente Felipe, una organización frentista que reunía a militantes de diferentes sensibilidades políticas— comenzara a simpatizar con el trotskismo. La escisión se produjo hacia 1968 (Alexander, 1991: 714) en sitios como Barcelona —en el que el FLP se denominaba Frente Obrero de Cataluña (FOC)— o Euskadi, conformando la base de una organización más allá de lo puramente local. El grupo Comunismo —que posteriormente dinamizó la fundación de la LCR— achacaba la escisión a las crecientes diferencias con los militantes centristas del FLP (Comunismo, 1, 1970). Ernest Mandel, principal dirigente del SU de la IV Internacional, dedicó un artículo al análisis de los retos que la nueva organización debía afrontar, evidenciando el diálogo existente entre las instancias internacionales y las distintas secciones (Mandel, 2006).
Durante los primeros pasos, la recién fundada LCR dedicó esfuerzos tanto a la reflexión del lugar del trotskismo en la historia con apuestas sobre los retos del contexto, entre los que destaca la decisión de sabotear las elecciones sindicales convocadas para mayo del mismo año (Combate, 1, 1971). Al mismo tiempo, realizó propuestas de unidad al resto de organizaciones políticas contra el Estado de excepción decretado por el franquismo (Buró Político de la LCR, Combate, 2, 1971), una propuesta unitaria que no tuvo mucho recorrido. Durante sus primeros pasos, como organización que aspiraba a insertarse dentro de la clase trabajadora española, dedicó muchos esfuerzos a los conflictos sindicales en empresas importantes. Uno de los mejores ejemplos es la atención dedicada a la Sociedad Española de Automóviles Turismo (SEAT) en Barcelona, un conflicto obrero inspirado principalmente en las reivindicaciones de convenio, pero que la organización aspiraba a radicalizar junto con las huelgas de su entorno (Combate, 7, 1971). O los dedicados a los conflictos en la empresa AEG (Combate, 10, 1972).
La organización estuvo volcada durante los inicios de 1972 a la celebración de su primer congreso. En el congreso se aprobaron tanto los Estatutos de la IV Internacional (a modo de refrenda) como los propios de la LCR («Estatutos aprobados en el I Congreso de la LCR», 1972). La organización exponía la emergencia de su organización como resultado de la radicalización de la juventud y las clases trabajadoras durante la segunda parte de la década de 1960, así como de la moderación pautada del Partido Comunista de España (PCE) sobre el movimiento obrero y las Comisiones Obreras (CCOO). Al mismo tiempo, valoraba las decisiones del congreso de forma positiva, al rectificar lo que la organización consideraba errores iniciales de la organización («El 1.er Congreso de la Liga Comunista Revolucionaria», Combate, 8, 1972).
El congreso no estuvo exento de polémicas. Si bien la organización se hizo eco de la homogeneidad de la organización en relación al acercamiento a la IV Internacional y sobre los estatutos de la organización, se reconocía que desde inicios de año comenzaron a cristalizar diferencias importantes sobre la intervención en el movimiento obrero, y en especial sobre la intervención en CCOO. De este modo, a lo largo de 1972 la organización se polarizó en dos grupos, una mayoritaria y otra denominada «encrucijada» que cuestionaba la reorientación hacia CCOO y no parecía aceptar las decisiones mayoritarias («Resolución sobre la crisis de la LCR», Comunismo, 5, 1972). De este modo, antes de que acabase el año, la tendencia mayoritaria se escindiría fundando la Liga Comunista (LC). Desde entonces, la LCR y la LC mantendrán una tensa relación que desembocará años después en la reunificación.
La LCR compensó la salida de la LC con la integración en 1973 de una escisión de Euscadi Ta Askatasuna (ETA) denominada ETA VI Asamblea o ETA-VI. La LCR valoraba positivamente la evolución de esta agrupación y le dedicaba documentos específicos en su II Congreso («Resolución sobre ETA», Comunismo, 5, 1972). Esta decidió abandonar la lucha armada por la intervención en el movimiento obrero, lo que permitió a la LCR implantarse en Euskadi y Navarra como hasta entonces no lo estuvo. En este II Congreso, la LCR se constituía formalmente como sección de la IV Internacional («Resolución sobre la constitución de la LCR como Sección de la IV Internacional en el Estado Español», Comunismo, 5, 1972). En el mismo documento, perfilaba un trabajo de intervención multisectorial: movimiento obrero y CCOO, lucha antimilitarista, trabajo ideológico sobre el socialismo, etc. («Resolución sobre la constitución de la LCR como Sección de la IV Internacional en el Estado Español», Comunismo, 5, 1972: 23). El congreso se cerraba con una resolución que llamaba a la realización de un III Congreso para el año próximo («Resolución sobre la convocatoria del III Congreso de la LCR», Comunismo, 5, 1972), determinando una actividad congresual frenética (tres congresos en tres años) para una organización pequeña y joven.
Durante 1973, la LCR se dedicó nuevamente a lo que mejor sabía hacer: intervenir en los conflictos obreros (por motivos políticos o sindicales) y debatir sobre las perspectivas de lucha general. Entre los primeros, destacaban las luchas en la SEAT, en Pamplona o la organización de manifestaciones para el I de Mayo (Combate, 14; Combate, 15; Combate, 17, 1973). Entre los segundos destacó la realización de su III Congreso. Durante su realización se dedicó debates sobre el partido marxista revolucionario que se debía construir («Construir el partido revolucionario», Comunismo, 7, 1973), al derecho de autodeterminación de las naciones en España («Las tareas de los marxistas revolucionarios contra la opresión nacional», Comunismo, 7, 1973), o la valoración de la integración de la escisión de ETA («La fusión con ETA-VI», Comunismo, 7, 1973).
El año 1974 estuvo marcado por la inestabilidad política tras el asesinato de Carrero Blanco a finales del año pasado. La LCR valoraba, en un artículo sin firma, que su desaparición representaba un factor de desestabilización política que el régimen debía compensar (Combate, 22, 1974). En efecto, la ejecución de Carrero Blanco unida al agravamiento de la salud de Franco contribuyó a debilitar el régimen. En esta coyuntura, el PCE impulsó la creación de la Junta Democrática de España (JDE) con la que aspiraba a dar una salida acordada al régimen franquista. Por su parte, la LCR seguía apostando por un derrocamiento del régimen nacido de las luchas de los de abajo como alternativa a la JDE y situaba en la huelga general de otoño la prueba de fuego de la dictadura («Las alternativas a la Junta Democrática», Combate, 27, 1974). El posterior surgimiento de Convergencia Democrática (CD) —plataforma política afín al Partido Socialista Obrero Español (PSOE)— merecía la misma consideración crítica de la LCR («La Convergencia Democrática. ¿Claudicar o combatir?», Combate, 35, 1974).
La huelga de diciembre de 1974 se encaró por parte del PCE como una prueba formal que había que transitar más que como una prueba de fuerza real. Aunque tuvo un importante seguimiento, no se perfiló como el acontecimiento que derrocaría al régimen. Por ello, se comenzaba a perfilar la posibilidad de un «franquismo sin Franco» (Inprecor, 37, 1975), tal como afirmaba la LCR. El gobierno formado por Arias Navarro parecía más continuista que reformista, a pesar de los gestos aperturistas promocionados bajo el «Espíritu del 12 de febrero», tanto en el terreno político como en el sindical. Ante la perspectiva de un gobierno incapaz de impulsar una reforma consensuada, la LCR apostó por reforzar su perspectiva de derrocamiento mediante el conflicto, reforzando las luchas obreras de la coyuntura e impulsando la unificación de CCOO allá donde tenían capacidad de hacerlo (Combate, 41, 1975). Después de las jornadas de lucha del 11 de diciembre de 1975, la LCR apostó por reforzar el conflicto social organizando una nueva huelga general (Combate, 42, 1975). Pero la evolución política posterior confirmó que la mayor parte de las organizaciones con influencia política (principalmente el PCE y el PSOE) apostaban por una salida pactada del franquismo, lo que impedía que la situación política evolucionara hacia un derrocamiento revolucionario del franquismo. La actitud reformista de ambas organizaciones marcaba el inicio de un nuevo periodo en el que el conflicto social comenzó a estar subordinado a los acuerdos entre las principales organizaciones de izquierda y los sectores reformistas del régimen. Comenzaba la Transición política.
Partimos pues de las reacciones primarias a los acontecimientos que sucedieron a la Revolución de los Claveles, entendiendo que la juventud y falta de experiencia política de la LCI, así como la primacía de los militares de izquierda agrupados en el Movimento das Forças Armadas (MFA) y del Partido Comunista Portugués (PCP), imposibilitó una participación activa en el levantamiento de abril y en la dirección inicial del llamado Proceso Revolucionario en Curso (PREC), aunque mantuvo una actividad importante de agitación y propaganda mediante publicaciones como Acção Comunista (Acçao Comunista, 1-2, 1974) y Luta Proletária, que ya recalcaban una intención de participar en la transformación política del país desde la base (Arquivos RTP, 1974), procurando el contacto directo con los trabajadores así como con los sectores más izquierdistas dentro de las Fuerzas Armadas, con una postura crítica hacia el MFA y el PCP, señalando las limitaciones de estas organizaciones y el monopolio de la dirección revolucionaria en detrimento de la autoorganización de trabajadores y soldados (Ephemera, 1974). Ello no impidió la colaboración puntual con el PCP, así como con los socialistas, frente a la movilización de los sectores derechistas de la sociedad y el ejército, interesados en derrumbar el proceso revolucionario. La movilización conservadora giraba entre aquellos que aspiraban a darle una impronta burguesa y, entre los más extremistas, revertir el cambio de régimen, en especial para mantener la influencia colonial en África, aspecto clave para entender la experiencia revolucionaria portuguesa.
Las primeras acciones de la LCI aparecerán como respuesta a las políticas de la junta militar surgida tras el 25 de abril, llamada Junta de Salvación Nacional, y a sus intentos de encauzar el proceso revolucionario, en especial de contención del movimiento obrero organizado. Si bien era un instrumento político del MFA, la Junta se encontraba presidida por el general Spínola, hombre de la dictadura, aunque pragmática que había criticado la política del régimen y cuestionado la viabilidad de la guerra colonial, situándose como la principal figura opositora dentro del Ejército. Así, el gobierno militar provisional —que agrupaba a figuras moderadas y derechistas— hubo de hacer frente a la agitación obrera y de las facciones izquierdistas dentro del propio estamento castrense, al tiempo que gestionaba la independencia de las colonias en África, en contra de la idea de Commonwealth lusófona defendida por Spínola. En este contexto, la Junta acometió la limitación del derecho a huelga mediante una restrictiva ley sancionada en agosto de 1974, hecho que dejó mal posicionado al PCP debido a su participación en el gobierno provisional, y posibilitó la movilización autónoma de las formaciones situadas a su izquierda, incluida la LCI. La defensa del carácter irrestricto del derecho a huelga se convirtió en la reivindicación central de los trabajadores y de las organizaciones sociales de izquierda, produciéndose grandes manifestaciones en Lisboa, Oporto y otras localidades, significándose la lucha de los astilleros de Lisboa, que concluyó con la confraternización entre los trabajadores y el destacamento de soldados enviado para reprimir la huelga. La LCI participó activamente en las luchas obreras de agosto, apoyando las reivindicaciones máximas de los trabajadores y exigiendo el control obrero de la revolución, a través de los comités de trabajadores (a nivel sindical) y de moradores —inquilinos, vecinos— (a nivel de barrio) como instrumentos de autoorganización popular (Ephemera, 1974).
Al calor de las movilizaciones de agosto se acelerará la radicalización de las organizaciones obreras y de los círculos izquierdistas dentro de las Fuerzas Armadas, que motivarán la reacción de los sectores burgueses y derechistas en la sociedad y el ejército, comenzando por el propio presidente Spínola, quien intentó un golpe palaciego en septiembre de 1974 apelando a la «mayoría silenciosa» a movilizarse contra el «caos y la anarquía» en el que según Spínola y sus partidarios había derivado el proceso portugués, con el fin político de apartar a los sectores de izquierdas del MFA y concentrar todo el poder en torno a la figura presidencial, para lo cual se movilizó a derechistas de todo el país con voluntad de marchar sobre Lisboa. La LCI se apresuró a denunciar el movimiento de Spínola y los mandos derechistas del ejército, llamando a la unidad de los trabajadores y de las fuerzas progresivas que apoyaban el proceso revolucionario (Ephemera, 1974). Consideraba la intentona de derechización del proceso como un golpe a las conquistas democráticas de los trabajadores, continuadora de las anteriores medidas contra el derecho a huelga y manifestación. Trazando símiles con la Revolución rusa, para la izquierda revolucionaria la acción de Spínola y los reaccionarios se asemejaba al golpe de Kornílov, que requirió una defensa del gobierno provisional por parte de las fuerzas revolucionarias (Arquivos RTP, 1974). Así, la LCI abogaba por preservar la participación tanto del MFA como del PCP y el PS en el gobierno, cortando el paso a la derecha y los sectores reaccionarios, no sin denunciar las limitaciones programáticas del MFA y de los dos grandes partidos de la izquierda (Ephemera, 1974). La unidad entre obreros y soldados se situó como la principal consigna defendida por la LCI, como forma de defensa conjunta de las conquistas democráticas de abril y de promoción de los sectores izquierdistas dentro de las Fuerzas Armadas. El fracaso de la intentona supuso la caída de Spínola y su huida a España, pero no apaciguó la voluntad de los sectores reaccionarios. En marzo del 75 se produjo un nuevo intento de golpe de Estado apoyado por el propio expresidente, motivado como reacción a una supuesta trama del PCP y los militares de izquierda para eliminar a los dirigentes de la derecha. La respuesta de la izquierda fue idéntica a los hechos de septiembre, con muestras de unidad que la LCI respaldó en todo momento (Ephemera, 1975), y que provocaron el fracaso de los golpistas.
Estas movilizaciones se entremezclan con otro hito central en la revolución portuguesa, que fue el proceso de nacionalización de las principales empresas del país, producido en un contexto benigno dada la naturaleza de la economía portuguesa, en la que las principales empresas funcionaban a modo de sociedades de carpeta controladas por los bancos. Ello permitía la nacionalización conjunta de distintas compañías, desde industrias hasta medios de comunicación además de bancos, seguros y otras empresas estratégicas, que agrupaban a un volumen considerable de los trabajadores. Las nacionalizaciones se convirtieron en un símbolo del proceso revolucionario, siendo también simbólicas las reprivatizaciones de la década posterior como constatación del fracaso de la revolución. En todo caso, nos encontramos a partir de septiembre y, con mayor ahínco después de marzo, con una radicalización total de los trabajadores, coincidente con el momento de mayor fortaleza de la izquierda radical, que busca desbordar al MFA y al PCP acelerando el proceso. Esta agitación consumará el viraje a la izquierda durante 1975, entendiéndose que las nacionalizaciones masivas de mayo del este mismo año, como una conquista de los sectores más radicales y activos de la izquierda arrancada al MFA, que originalmente no contemplaba esta posibilidad. La posición de la LCI fue lógicamente favorable a las nacionalizaciones y a la entrega de la dirección de las empresas a los trabajadores, planteando al gobierno y a los partidos de la izquierda que aceleraran el proceso nacionalizador, teniendo en cuenta los factores ya citados sobre la economía portuguesa.
Otro hito a tener en cuenta en la trayectoria de LCI para los años 1974-1975, y profundamente conectado con la radicalización de la clase obrera y las organizaciones de la izquierda revolucionaria, es el tocante al debate sobre la unidad sindical que se produjo entre las formaciones de la izquierda portuguesa. La propuesta inicial partió del PCP (Díaz Macías et al., 2021), fuerza hegemónica dentro de los sindicatos portugueses, con una propuesta de ley presentada a los partidos de izquierdas en otoño de 1974 que seguía la tendencia institucional del partido, encuadrando a los sindicatos dentro del Estado, aunque con relativa autonomía. La propuesta de unidad sindical fue rechazada en su totalidad por el PS, contrario a la hegemonía comunista en los sindicatos (Díaz Macías et al., 2021), y los maoístas del PCP (ml) y otras fuerzas menores de extrema izquierda, siguiendo una línea sectaria de rechazo automático de todas las propuestas del PCP (Díaz Macías et al., 2021). La LCI por el contrario procuró mantener una línea negociadora, aceptando junto al grueso de la izquierda revolucionaria la ley lanzada por el PCP con el fin de cohesionar a los trabajadores, aunque defendiendo que la unidad sindical debía corresponderse con el funcionamiento plenamente democrático de los sindicatos y la separación entre estos y los partidos, esto es, la libertad de tendencia, manteniendo la autonomía sindical a través de la Intersindical frente al monopolio del PCP. Por tanto, conjugaba una defensa cerrada de la unidad de la clase obrera contra las maniobras de pluralidad sindical del Estado capitalista, con la no menos firme crítica al burocratismo del PCP y sus tentativas de monopolio sobre el mundo sindical, así como al sectarismo ultraizquierdista de las organizaciones que rechazaban de pleno la unidad de los sindicatos (Ephemera, 1975).
Otro aspecto que generó discusiones en el seno de la izquierda portuguesa fue el debate sobre la unidad política de la izquierda revolucionaria, incluyendo al PCP. El debate se planteó con mayor ahínco tras los resultados de las elecciones constituyentes de abril de 1975, con la rotunda victoria de los socialistas, con casi el 40% de los votos y 116 escaños de un total de 250. La LCI decidió participar tanto en esta convocatoria como en las elecciones de corte pluripartidista que tuvieron lugar posteriormente (Alexander, 1991: 655). Los resultados produjeron un cambio en la correlación de fuerzas dentro de la izquierda, caracterizado por el giro a la derecha del PS y su distanciamiento respecto a los comunistas y las fuerzas situadas a su izquierda. Además, habían relegado al PCP a la tercera posición, con apenas treinta escaños, muy por detrás de la coalición de derechas Partido Popular Democrático (PPD) —hoy Partido Social Demócrata (PSD)—, y muy lejos de los socialistas en todas las regiones salvo en su feudo alentejano. La izquierda revolucionaria fuera de la órbita del PCP se dividía en una constelación de fuerzas extraparlamentarias, con la excepción de los cinco escaños del Movimiento Democrático Portugués (MDP) que obtuvo cinco escaños (Pacheco Pereira, 1988). Ante esta tesitura, la idea de unidad revolucionaria fue saludada por la práctica totalidad de los partidos de izquierda, con la salvedad del PCP (ml), que mantuvo su línea sectaria en esta cuestión, bajo acusaciones de socialfascismo contra los unitarios. El resultado inicial de este debate fue la constitución del Frente de Unidade Popular (FUP) el 25 de agosto de 1975, con la participación del PCP y distintas fuerzas de izquierda revolucionaria, incluida la LCI (Díaz Macías et al., 2021). El PRT no participó de la fundación del FUP por la presencia del partido de Cunhal. A pocos días de su creación, los gestos de reconciliación entre el PCP y el PS y los elementos gubernamentales del MFA concluyeron con la expulsión del PCP de la plataforma. A partir de entonces tomaría el nombre de Frente de Unidade Revolucionaria (FUR), virando a la izquierda en su línea programática una vez superadas las limitaciones que imponía la orientación democrática-nacional del PCP (Díaz Macías et al., 2021). En términos generales, el FUR recogía el posicionamiento de la LCI frente a las tareas concretas señaladas en los párrafos anteriores, abogando en el ámbito económico por la nacionalización de las empresas privadas y la puesta de estas empresas bajo control obrero, incluidos los cargos de dirección, y en el político y social por una defensa firme de las conquistas democráticas de abril frente a cualquier maniobra del Estado y las fuerzas derechistas. En cualquier caso, el FUR no pudo superar su división ideológica interna, que recogía a socialistas de izquierdas, a la izquierda cristiana y a marxistas de distinta tendencia. Ello no supuso la desmovilización de la izquierda revolucionaria, como demuestran las manifestaciones de apoyo a los militares de extrema izquierda levantados en noviembre de 1975 y de repulsa al consiguiente contragolpe del gobierno provisional y el PS, este último duramente criticado desde las publicaciones de la LCI por su deriva anticomunista. La participación de la LCI en el FUR continuó durante varios meses, pero no llegó a respaldar la candidatura de Otelo Saraiva de Carvalho en las elecciones de 1976 (Alexander, 1991: 666).
Como último punto merece la pena comentar la posición de la LCI respecto a los principales acontecimientos internacionales, que puede servir para contextualizar el proceso portugués, también en relación con la situación política y social en España. Por su íntima relación con el desarrollo histórico de la revolución portuguesa, no podemos pasar por alto la posición respecto al proceso de emancipación de las colonias africanas, que había llevado a Portugal a una interminable y agotadora guerra contra los movimientos independentistas revolucionarios en Angola, Mozambique, Guinea-Bissau y los territorios insulares, así como en Timor Oriental. La posición de la LCI coincide con el enfoque del grueso de la izquierda revolucionaria, manifestando su pleno apoyo a los procesos de emancipación y abogando por la total independencia y la disolución del imperio colonial portugués (Arquivos RTP, 1974). En este sentido, la concesión de la independencia a todas las colonias se entiende como una de las primeras grandes conquistas de la izquierda revolucionaria, forzando al gobierno provisional y a los sectores más reticentes dentro de las Fuerzas Armadas, representados por la postura «confederal» del general Spínola, a abandonar cualquier tentativa de continuar con la presencia portuguesa en África y Asia, con la salvedad del puerto chino de Macao. Además, la LCI apostaba por la solidaridad y unidad entre el proletariado portugués y las masas trabajadoras de los territorios emancipados (Ephemera, 1974), en línea con la tendencia general dentro de la izquierda revolucionaria portuguesa, si bien la realidad práctica impuso que la fraternidad entre trabajadores portugueses y africanos quedara relegada a declaraciones y manifestaciones de apoyo a la causa de las fuerzas revolucionarias anticoloniales.
Otro asunto recurrente en las publicaciones de aquellos años, particularmente sensible en el año 1974, fue la solidaridad con los trabajadores y la izquierda chilena, en el contexto de más feroz represión de la dictadura de Pinochet. La crisis en Chile fue uno de los temas centrales que agruparon a las formaciones progresistas del mundo entero, como también lo fueron las muestras de apoyo al pueblo español en los últimos compases de la dictadura franquista y las primeras fechas del reinado de Juan Carlos I. La posición de la LCI respecto a los acontecimientos en España la marcó su organización hermana, la LCR, asociada en el País Vasco con ETA-VI Asamblea. La literatura de la LCI respecto a España se concentra por tanto en denunciar la represión del régimen franquista contra los trabajadores españoles (Arquivos RTP, 1975) y contra las fuerzas democráticas y de la izquierda revolucionaria, y exigir la liberación de los presos políticos (Ephemera, 1975), tema internacionalmente sensible a raíz de la ejecución de los últimos presos del FRAP y ETA pm en septiembre de 1975.
A diferencia de la LCI, que solamente contó con cinco meses entre su fundación y la Revolución de los Claveles, la LCR contó con cinco años de desarrollo político entre su fundación y el inicio de la Transición política.
La gestación de la reforma política a lo largo de 1976 contó con el rechazo frontal de la LCR, que la denunció desde sus primeros pasos. Ya se ha indicado más arriba las críticas que realizó a la JDE y a la CD. La fusión de ambas bajo las siglas de Coordinación Democrática no merecía mejor opinión de la organización trotskista, pues esta seguía empeñada en negar cualquier posibilidad de reforma (Combate, 48; Combate, 49, 1976).
Pero una cosa era criticar el tamiz que tomaba la evolución de los acontecimientos y otra su correcta valoración. A pesar de que el gobierno de Suárez estaba dando pasos firmes hacia la reforma, la LCR valoraba el proyecto de reforma del franquismo como un fracaso (Inprecor, 50, 1976).
Durante el verano de 1976, la organización celebraba su IV Congreso (denominado I Congreso LCR-ETA VI). Como en congresos anteriores, dedicó debates al modelo de partido que construir («Construir un partido Comunista Revolucionario», 1976), la cuestión nacional y de forma novedosa sobre la lucha feminista («Resolución sobre: intervención mujer», 1976), un sector en el que comenzaron a intervenir activamente desde febrero de 1975 («El año internacional de la mujer», Combate, 1975).2
El 15 de diciembre de 1976 se celebraba el referéndum para la reforma política impulsado por Suárez. La LCR intentó impulsar los meses previos un boicot al mismo, entendiendo que la mejor forma de inaugurar la democracia era mediante una ruptura con el franquismo que no generara hipotecas («Boicot al referéndum franquista», Combate, 62, 1976). A pesar de su perspectiva radical, el Sí en el Referéndum concitó la inmensa mayoría de los votantes. Posteriormente, la LCR rechazaba la representatividad de los resultados e insistía en la ruptura con el franquismo desde una radicalización del conflicto social y político (Combate, 65, 1976).
A pesar de las críticas señaladas por la LCR, la reforma de Suárez continuaba dando pasos. El siguiente paso eran las elecciones de junio de 1977. La LCR decidió participar en las primeras elecciones abiertas relativamente al pluripartidismo, a diferencia de la LC que promovió la abstención (Alexander, 1991: 717). La LCR hizo un temprano llamamiento a la unidad de todas las fuerzas políticas de izquierda. Pero tras criticar la actitud sectaria de las organizaciones, consideró que lo mejor era presentar una candidatura propia bajo las siglas de Frente por la Unidad de los Trabajadores (FUT),3 que estuvo participada por otras organizaciones consejistas y trotskistas cercanas («Ante las elecciones»1977). La coalición obtuvo 41.208 votos (0.22 %) («Resultados de las elecciones de 1977», Público), quedando sin representación parlamentaria y sin capacidad de influir lo más mínimo en el proceso constituyente que inaugurarán las Cortes electas. Miguel Romero, dirigente de la LCR, pronosticaba ya por entonces que los resultados delineaban el inicio de una crisis en la extrema izquierda («Prólogo a la crisis de la extrema izquierda», Combate, 77, 1977).
La reforma del franquismo continuó por la senda de los acuerdos sociales. El principal y más trascendental fue el que se conocerá posteriormente como los Pactos de la Moncloa, una serie de acuerdos económicos que buscaban la moderación salarial y la extensión de la temporalidad en los contratos laborales. Las propuestas económicas del gobierno de Suárez concitaron el apoyo del PCE y del PSOE, pero recibió una dura crítica de las organizaciones de la extrema izquierda que rechazaron en bloque el contenido de los acuerdos. Por su parte, la LCR criticó tanto los contenidos de las propuestas como la disposición pactista del PSOE y del PCE (Combate, 83; Combate, 84, 1977).
Para la LCR, el avance de la reforma del franquismo se vio parcialmente compensada con la fundación de las Juventudes Comunistas Revolucionarias (JCR) en marzo, que reuniría una militancia de unos 2 000 jóvenes (Alexander, 1991: 717), así como con la reunificación con los antiguos compañeros de la LC a finales de 1977. La discusión sobre una posible unificación se realizó a mediados de noviembre y contó, curiosamente, con la presencia de representantes de la LCI portuguesa («Hacia la unificación LC- LCR», Combate, 87, 1977). El proceso de acercamiento se culminaba el 17 y 18 de diciembre del mismo año, aunque se recalcó posteriormente que el proceso no se daría por concluido hasta la celebración de un futuro congreso (Combate, 91, Combate, 92, 1977). El que sería el V y que se celebró en otoño de 1978. Este evento partidario, aparte de abordar los debates doctrinarios sobre partido y sobre socialismo («Construir el partido» y «Democracia socialista y dictadura del proletariado», 1978) discutió un texto que analizaba la transformación del sistema político español con mayor realismo y en el que reconocía no solamente la posibilidad, sino la viabilidad de la reforma del régimen hacia una democracia capitalista («El fin de la dictadura franquista», 1978).
En paralelo al V Congreso, la LCR tuvo que hacer frente al desarrollo del debate constitucional. Desde su inicio, criticó que la elaboración de la propuesta fuera un proceso hermético dirigido exclusivamente por los dirigentes partidarios sin retroalimentación de los votantes (Boletín interno LCR, 1, 1978). Durante los meses previos al referéndum constitucional, la LCR hizo campaña activa por el NO frente a otras organizaciones de izquierda que pidieron la abstención (Combate, 132, 1978). Pasado el referéndum, la organización señalaba que los resultados ponían en entredicho que aquella fuera la «Constitución del consenso» (Combate, 133, 1978). Con la aprobación de la reforma política, las elecciones de 1977, los Pactos de la Moncloa y el Referéndum constitucional no se culminaba la Transición. Pero si aún quedaban retos, es cierto que el panorama político distaba de ser la crisis política de 1975-1976. La reforma había ganado las principales batallas a la revolución y la principal característica del periodo era la creciente normalización política e institucional.
Las esperanzas iniciales de transformar el proceso iniciado en el golpe de abril de 1974 en la antesala del establecimiento de un Estado de tipo socialista en Portugal se fueron apagando conforme avanzaron los acontecimientos, determinando el recorrido de las distintas organizaciones partícipes del proceso. Frente a una izquierda «oficial» representada por el Partido Comunista (PCP), el Partido Socialista (PS) y las facciones izquierdistas del Ejército, se situaba una izquierda revolucionaria (esto es, a la izquierda del PCP) dividida en una costelación de formaciones de distinta tendencia política, carentes de la fuerza de los grandes partidos, aunque bien insertadas en los debates a nivel sindical y social. En cuanto al desenvolvimiento organizativo de la LCI, esta adoptará una línea de acercamiento a otras formaciones ideológicamente próximas, comenzando por el citado PRT con quien confluiría para crear el Partido Socialista Revolucionario (PSR) en 1978, si bien parte de la militancia del PRT abandonaría la formación en 1979, fruto de discordias entre morenistas y mandelistas en el XI Congreso del Secretariado Unificado de la IV Internacional (Díaz Macías et al., 2021: 30). En este proceso de ruptura tendrían gran peso los diferentes puntos de vista entre las dos principales facciones del trotskismo respecto a la Revolución sandinista en Nicaragua, siendo los seguidores de Mandel —entre los que se incluye la LCI, ahora integrado en el PSR— partidarios de la integración en el Frente Sandinista como sección de la IV Internacional. Frente a esta postura, los partidarios de Moreno, aunque partícipes del proceso nicaragüense a través de la Brigada Simón Bolívar, criticaron duramente la postura integradora del mandelismo, al tiempo que aumentaban sus diferencias con el gobierno sandinista. Finalmente, el morenismo fue expulsado de Nicaragua, hecho defendido por la corriente mandelista, agudizando la ruptura a nivel internacional de ambas corrientes, incluido como vemos en el caso portugués.
A pesar de la escisión, el PSR continuó con la estrategia colaborativa de la LCI, tanto con otras fuerzas políticas de la izquierda revolucionaria —caso de la União Democrática Popular (UDP), de ámbito maoísta, con la que convergió en las elecciones legislativas de 1983 (Pacheco Pereira, 1988)— como en su participación en el campo de los sindicatos y los movimientos sociales. Apagadas ya las ilusiones iniciales respecto a la transformación socialista del proceso portugués, el PSR continuaría su recorrido político aceptando el hecho consumado de consolidación de la democracia burguesa en Portugal. Ello no supuso el fin de los debates organizativos dentro de la izquierda revolucionaria, aunque estos se orientaban ya a la participación dentro del sistema democrático. Manteniendo su posición integradora con otras fuerzas política, el PSR participó activamente en el diálogo con otras corrientes de la izquierda radical, derivado en un proceso de convergencia que llevaría a la creación del Bloco de Esquerda (BE) en 1999 como plataforma electoral de la izquierda portuguesa al margen del PCP y el PS. Con ello, el PSR se disolvió como corriente interna dentro del BE, manteniendo la publicación Combate como portavocía de esta.
A todos los acontecimientos que hemos nombrado anteriormente hay que sumar los procesos electorales que tienen lugar desde 1979 y que culminarán en 1982 con la victoria del PSOE en las elecciones generales. Estos procesos contribuyeron a normalizar más la situación política, algo que alteró las condiciones en la que una organización marxista revolucionaria podía subsistir.
La LCR apostó por participar en los procesos electorales que comenzaron desde 1977. En lo sucesivo, no alteró su línea táctica respecto a las elecciones (Alexander, 1991: 719). Durante el año 1979 tuvieron lugar dos elecciones en España: las generales en marzo y las municipales en abril. La LCR decidió presentarse a ambas convocatorias. En la primera lo hizo con siglas propias y defendiendo un programa de ampliación de las libertades democráticas, soberanía para las naciones sin Estado o el fin de los acuerdos sociales que perjudicaban a los trabajadores (Combate, 136, 1979). A pesar del esfuerzo invertido, sus resultados no superaron el 0,2% (Junta Electoral Central, «Resultados de las elecciones de marzo de 1979», 1979), quedando el partido muy lejos de la obtención de representación.
El resto de organizaciones con impacto nacional a la izquierda del PCE tampoco obtuvieron representación, aunque mejoraron los resultados con respecto a las elecciones de 1977. La LCR atribuyó los malos resultados de toda la izquierda a las direcciones del PSOE y del PCE, que desde hacía varios meses contribuían a la calma social en vez de al conflicto social y a la politización de las clases trabajadoras, así como a la desunión de las organizaciones revolucionarias. Sostenían que la alternativa en adelante debía pasar por la articulación de un frente común a las propuestas conservadoras que vinieran del nuevo gobierno de la Unión de Centro Democrático (UCD). La primera batalla, afirmaban, sería la de crear candidaturas unitarias para los Ayuntamientos («Cambiar de rumbo», Combate, 143, 1979). La LCR encaró las elecciones municipales permitiendo flexibilidad local para la elaboración programática y de alianzas, aunque dentro de un marco programático común dirigido principalmente a la ampliación de la democracia y autonomía municipal, municipalización de servicios públicos, amplia promoción de la vivienda pública y el transporte colectivo e iniciativas locales contra el desempleo, entre otras («Nuestro programa electoral», Combate, 143, 1979). La mejora de los resultados en las elecciones generales del mes pasado permitía pronosticar la obtención de representación en distintos ayuntamientos. Y así fue. La LCR obtuvo en torno a treinta concejales en distintos puntos de España tales como Barcelona, Huelva, Álava, Guipúzcoa, Navarra o Zaragoza («Nuestros concejales», Combate, 147, 1979). El resto de organizaciones revolucionarias también encontró en las municipales un resorte desde el que dar sentido a su vida política: el PT obtuvo más de 200, la ORT más de 100, el MC más de 50 (Junta Electoral Central, «Resultados elecciones municipales 1979», 1979)4. Para la LCR la mejora de los resultados debía indicar un recomienzo del conflicto político contra la UCD y la burguesía española, un conflicto que, según ellos, debía estar marcado por la unidad de la izquierda. Sin unidad, la izquierda no tendría utilidad para el conflicto. Pero a pesar de los resultados y de todos los esfuerzos implicados, el escenario político continuaba su senda de moderación.
Durante 1980, la organización trotskista impulsó dos iniciativas de relieve para su vida política. En primer lugar, creó el primer frente ecologista propio, permitiendo al partido tener intervención organizada en un sector visto con interés creciente tanto por ella misma como por la IV Internacional (Combate, 206, 1980). De otro lado, impulsó un largo debate congresual que desembocó en el VI Congreso de la LCR, celebrado en enero de 1981. El congreso abordó la evolución de la situación política, afirmando incluso la culminación del proceso de transición («Fin de la transición política», 1981), aunque quedaran muchas tareas democráticas pendientes que el nuevo régimen quizás no abordaría al ser herencia respetada del franquismo. Pero el documento que suscitó mayor debate fue el dedicado a las perspectivas de construcción partidaria. La LCR, siguiendo la estela de la IV Internacional, pensaba que los cambios internacionales y nacionales ponían al día la necesidad de una nueva delimitación partidaria. Lejos quedaban ya las perspectivas de construcción en torno al reagrupamiento de los trotskistas que inspiró la reunificación con la LC. La LCR reconfiguró su perspectiva de agrupamiento partidario yendo más allá de la reunión de los trotskistas para apostar por la construcción de un «partido de los revolucionarios» («Construir un partido obrero revolucionario», 1981), apostando por la integración de organizaciones marxistas revolucionarias que fueran más allá de la identificación con el trotskismo. La perspectiva de crear un «partido de los revolucionarios» era novedosa (Pastor, 2014: 119) y pretendía encarar la construcción partidaria sin delimitaciones doctrinales, guiados exclusivamente por la idea de construir un partido de vanguardia que estuviera a la altura de dirigir a las masas obreras hacia un proceso revolucionario.
En la década de 1980, y sobre todo después de la victoria electoral del PSOE en 1982, los aliados para construir ese partido eran escasas. La Transición supuso un proceso de moderación obrera a la par que de reducción del margen de maniobra de los revolucionarios. Muchas de las organizaciones revolucionarias nacidas al calor de 1968 se encontraban extintas o en proceso de extinción. El congreso reconocía que la única organización con potencial de convergencia era el Movimiento Comunista (MC), una organización de origen maoísta pero cuya evolución ideológica y política permitía pensar en un acercamiento (Díaz Macías, 2022). Y aunque en 1982 una resolución ampliaba el espectro al que dirigirse («Resolución sobre el partido de los revolucionarios», Cuadernos de Sociología, 8, 1982), la realidad era que las posibilidades se reducían prácticamente a esta organización. Se inició entonces un acercamiento muy tormentoso al MC que duró toda la década. Una relación que estuvo jalonada por encuentros y desencuentros tanto partidarios como en los movimientos sociales en los que ambas organizaciones intervenían. La LCR pareció descartar la fusión debido a las grandes diferencias que mantenía y que no consideraba de origen doctrinal, sino político. Pero cuando a inicios de la nueva década las agrupaciones vascas de ambas organizaciones iniciaron un proceso de fusión sin retorno, la LCR se vio presionada a un proceso de convergencia sin resolver todas las diferencias políticas existentes. De este modo, se creó Izquierda Alternativa (IA) en marzo de 1991 (Díaz Macías, 2023).
La fusión respondía formalmente a los criterios que la LCR aprobó en su anterior congreso respecto a la creación de un partido de todos los revolucionarios. Pero a la hora de la verdad, las diferencias se mostrarían más grandes de lo inicialmente esperado. Las tensiones entre ambas partes no se hicieron esperar y la fusión en caliente derivó en una ruptura definitiva en noviembre de 1993 (Martínez i Muntada, 2014).
Tras la ruptura, el grupo de ex militantes de la LCR se reagrupó durante varios años en el seno de Izquierda Unida (IU) bajo el nombre de Espacio Alternativo. En 2008-2009 decidió su salida de IU para fundar Izquierda Anticapitalista (IA) con la aspiración de recomenzar la construcción de una organización revolucionaria simpatizante con la IV Internacional.
Entre 1973 y 1999 surgieron en Portugal y España dos organizaciones políticas con características similares: la LCI portuguesa y la LCR española. Ambas organizaciones se reconocían en la historia de la oposición bolchevique al estalinismo (Broué, 2008), así como en la trayectoria general del trotskismo (Bensaid, 2007).
Ambas organizaciones nacieron al calor de la radicalización juvenil y obrera que arrancó con el acontecimiento mundial de 1968 y que fue el germen de la denominada Nueva Izquierda y los Nuevos Movimientos Sociales (Pérez Serrano, 2013; 2022; Fernández Buey y Riechmann, 1995). En ambos casos, la ideologización se tradujo en un acercamiento al Secretariado Unificado de la IV Internacional, convirtiéndose ambas en secciones oficiales de la misma.
La adscripción a una organización internacional común no impidió que ambos partidos desarrollaran líneas de actuación específicas para afrontar las crisis de los regímenes políticos de sus países. Sin embargo, si se analizan las actitudes e iniciativas específicas expuestas a lo largo del artículo, es posible deducir la existencia de una cultura política (Almond y Verba, 1970) común vertebrada en varios ejes:
Una trayectoria generacional común a los jóvenes que se radicalizaron a partir de los acontecimientos mundiales de 1968 y que se tradujo en la emergencia de la Nueva Izquierda y los Nuevos Movimientos Sociales.
Una delimitación ideológica con el resto de organizaciones inspirada en el trotskismo. Una característica que se flexibilizara durante la década de 1980 e inicios de la de 1990, en el caso de la LCR, y en la década de 1990, en el caso de la LCI-PSR, dando paso a una delimitación más amplia.
Una orientación revolucionaria y anti reformista, tanto en el plano político como en el sindical.
Una disposición a intervenir en los movimientos sociales que trascendían el clásico movimiento obrero sindical.
Una vida política interna caracterizada por la libertad de agrupación interna.
Estas características comunes provienen no solamente de la identificación histórica con el trotskismo. Tampoco exclusivamente por la pertenencia de ambas a la IV Internacional. Se debe también al estrecho lazo que unía ambas organizaciones y que se evidenciaban en reuniones bilaterales —por ejemplo, la ya citada de 1977— mantenidas durante esos años. Las afinidades históricas, ideológicas y políticas permiten afirmar la existencia de una afinidad particular entre estas dos organizaciones que aquí se ha denominado trotskismo ibérico.
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Ernesto M. Díaz Macías (1990, Cádiz, España). Es investigador posdoctoral en la Universidad de Cádiz. Ha realizado estancias internacionales y ha publicado varios libros en editoriales españolas de prestigio como Trea, Dykinson o Catarata. También ha publicado numerosos artículos científicos en revistas de prestigio académico como Historia Actual Online, Hispania Nova, o Labor History.
Fernando R. Lara Silva (1995, San Fernando, España). Graduado en Historia y doctorando en Artes y Humanidades por la Universidad de Cádiz e investigador joven dentro del campo de las Relaciones Internacionales. Ha publicado artículos científicos en la revista Historia Actual Online.
Cómo citar este artículo: Díaz, E. M.; Lara, F. R. (2025). El trotskismo ibérico. La Liga Comunista Revolucionaria y la Liga Comunista Internacionalista en las transiciones a la democracia (1973-1999). Islas, 67(210): e1534.
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ISSN: 0042-1547 (papel) ISSN: 1997-6720 (digital)
http: //islas.uclv.edu.cu
* Este artículo se inscribe en el proyecto de investigación «Políticas públicas, participación ciudadana y legitimidad de los gobiernos locales» (PN223LH015-008). Financiado por el Ministerio de Ciencia Tecnología e Innovación de Cuba (CITMA). IP Edgardo R. Romero Fernández (Universidad Central «Marta Abreu» de las Villas, Cuba).↩︎
1 Un sector que se convertirá en una prioridad en los años subsiguientes (tal como muestran las publicaciones de años posteriores, por ejemplo, los números de Combate, 50, 52, 61, 68, etc. (Montero, 2014).↩︎
2 El resto de organizaciones de la izquierda radical también se presentó bajo otras siglas debido a que el franquismo solamente accedió a legalizar al PCE como única organización a la izquierda del PSOE. El reconocimiento legal de la LCR se demoró por un tiempo más.↩︎
3 En los resultados oficiales la LCR obtuvo solamente siete. La diferencia numérica con respecto a la expresada viene dada porque muchos de sus concejales electos eran candidatos de alianzas municipales y no se reconocieron oficialmente como tal.↩︎