ISLAS, 67 (210): e1522; enero-abril, 2025.

Recepción: 20/09/2024 Aceptación: 03/02/2025

Artículo científico

Entre-lugar y lenguaje nación como claves del discurso literario latinoamericano

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Interstitial Space and Nation Language as Key Concepts in Latin American Literary Discourse

Yansy Sánchez Fernández

Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Valparaíso, Chile

ORCID: https://orcid.org/0000-0001-9477-9649

Correo electórnico: yansyok@gmail.com

RESUMEN

Introducción: Este trabajo ofrece una crítica a los conceptos de entre-lugar de Silviano Santiago y lengua nación de Kamau Brathwaite, con el objetivo de analizar su potencialidad y limitaciones dentro del discurso literario latinoamericano.

Métodos: Para llevar a cabo este análisis, se realizó una lectura crítica de estos términos utilizando el cuadrado semiótico de Greimas y las implicaciones del concepto de lenguaje respectivamente.

Resultados: Los resultados del estudio revelaron las limitaciones latentes del concepto de entre-lugar, lo que permitió argumentar acerca de la sobredeterminación y la posibilidad de múltiples entre-lugares. Además, se identificaron las tensiones entre el código y el lenguaje nación en la expresión del sujeto del deseo en el discurso literario latinoamericano.

Conclusiones: En conclusión, este estudio sugiere que el posicionamiento frente a la formación del discurso literario latinoamericano debe considerar un enfoque multicausal, que tenga en cuenta la tensión entre el código de la lengua y la dimensión no significante.

PALABRAS CLAVE: entre-lugar; cuadrado semiótico; lenguaje nación; discurso literario latinoamericano

ABSTRACT

Introduction: This paper offers a critique of Silviano Santiago’s concept of interstitial space (entre-lugar) and Kamau Brathwaite’s notion of nation language, with the aim of analyzing their potential and limitations within Latin American literary discourse.

Methods: To carry out this analysis, a critical reading of these terms was conducted using Greimas’s semiotic square and the implications of the concept of language, respectively.

Results: The findings revealed latent limitations within the concept of interstitial space, allowing for an argument concerning overdetermination and the possibility of multiple interstitial spaces. Furthermore, the study identified tensions between the code and nation language in the expression of the desiring subject within Latin American literary discourse.

Conclusions: This study suggests that any positioning regarding the formation of Latin American literary discourse should adopt a multicausal approach that considers the tension between the language code and its non-signifying dimension.

KEYWORDS: interstitial space; semiotic square; nation language; Latin American literary discourse

CONTRIBUCIÓN DE AUTORÍA

Concepción y/o diseño de investigación:

Yansy Sánchez Fernández (100 %)

Adquisición de datos:

Yansy Sánchez Fernández (100 %)

Análisis e interpretación de datos:

Yansy Sánchez Fernández (100 %)

Escritura y/o revisión del artículo:

Yansy Sánchez Fernández (100 %)

INTRODUCCIÓN

El análisis de los conceptos de lenguaje nación de Kamau Brathwaite y entre-lugar de Silviano Santiago abre una puerta esencial para comprender las dinámicas culturales y lingüísticas que han marcado la historia del Caribe y América Latina. Al desentrañar las implicaciones subyacentes en la construcción de estos términos es crucial considerar las interacciones históricas y culturales que los han propiciado, y reflexionar sobre cómo emergen como respuestas a las tensiones impuestas por las metrópolis coloniales. Estos conceptos no solo representan un producto social y cultural, sino que deben ser entendidos como constructos que buscan articular un espacio autónomo dentro de las complejas matrices de significación que emergen en la región.

El lenguaje nación, como lo concibe Brathwaite, es la búsqueda de una lengua que no solo funciona como vehículo de comunicación sino como un medio de resistencia y reconfiguración cultural frente al colonialismo. En su propuesta, el inglés, a pesar de su origen imperial, se transforma, se resemantiza y se convierte en un espacio de expresión que refleja una identidad caribeña emergente. Este enfoque permite relativizar las críticas históricas que limitan la capacidad del inglés para asumir el rol de un lenguaje nación auténtico y ofrece una nueva lectura que subraya su potencial para crear significados dentro de un marco cultural específico.

Por su parte, el concepto de entre-lugar, desarrollado por Silviano Santiago, ha sido tradicionalmente entendido como un espacio de resistencia frente a las metrópolis coloniales. Sin embargo, en una lectura contemporánea este concepto debe ir más allá de una mera oposición: el entre-lugar no es solo un espacio de confrontación sino una plataforma dinámica y autónoma capaz de generar nuevas significaciones que desbordan la lógica binaria de centro-periferia. En este sentido el entre-lugar se configura no solo como un lugar de diferencia, sino como un espacio de posibilidad, una zona de tránsito creativo que es capaz de reconfigurar las fronteras entre lo local, lo regional y lo global.

Es pertinente, por lo tanto, reconocer que existe un vínculo intrínseco entre los conceptos de lenguaje nación y entre-lugar, ambos originados en los procesos de significación cultural y lingüística que emergen en contacto con las metrópolis europeas. Estos conceptos, aunque nacieron en un contexto histórico específico, han ido perdiendo parte de la carga semántica que poseían en su origen. El entre-lugar en este trabajo dejará de ser un espacio delimitado de resistencia para convertirse en un concepto más fluido y en constante transformación, que refleje la pluralidad y la complejidad de las identidades contemporáneas en América Latina y el Caribe. Asimismo, el lenguaje nación ya no se limitará únicamente a la reivindicación de una lengua autóctona frente al colonialismo.

Este artículo pretende realizar una crítica a las interpretaciones históricas y actuales de estos conceptos, vinculándolos al desarrollo de las sociedades latinoamericanas. Al hacer esto se busca desentrañar cómo los conceptos de lenguaje nación y entre-lugar siguen siendo fundamentales para la comprensión de las identidades en América Latina y el Caribe, ya que reflejan las constantes negociaciones entre lo local y lo global, entre lo propio y lo ajeno, en un mundo en el que las fronteras culturales y lingüísticas son cada vez más porosas y fluidas.

En este sentido, la reinterpretación de estos conceptos no solo amplifica su relevancia histórica, sino que también los proyecta hacia nuevas formas de comprensión que abren las puertas a una reflexión más profunda sobre la autonomía cultural, la identidad y la resistencia en un contexto globalizado. Al reconfigurar el lenguaje nación y el entre-lugar desde una perspectiva más inclusiva y dinámica, este trabajo propone una aproximación que no solo reconozca su origen, sino que también los entienda como nociones en constante evolución, que siguen marcando el ritmo de las luchas culturales y lingüísticas de la región.

EL ENTRE-LUGAR DESDE LA POSTURA DE SILVIANO SANTIAGO

La noción de entre-lugar, según Silviano Santiago, surge dentro de los estudios poscoloniales con la intención de «indagar y develar en qué sentido esta producción colonial podría tener significado para nosotros en la actualidad» (Fielbaum y Errázuriz, 2014: 311), y con un enfoque productivo para las literaturas comparadas.

Teniendo en cuenta la relativización del concepto en el desarrollo de las sociedades latinoamericanas, la noción de entre-lugar debe leerse a la luz de los estudios poscoloniales de las décadas de los años setenta y ochenta. Sin embargo, en una entrevista realizada por Alejandro Fielbaum y Rebeca Errázuriz en 2014, el pensamiento de Santiago ya se orientaba hacia una dirección diferente: una noción cosmopolita de la crítica, que responde a los desafíos del nuevo milenio y la globalización.

El concepto de entre-lugar, clave en los estudios postcoloniales, implica un-a tensión entre la resistencia a la hegemonía colonial y la búsqueda de nuevas formas de identidad. Fielbaum y Errázuriz (2014) sostienen, a partir de Silviano Santiago, que este discurso siempre articula un hablar contra y un escribir contra las estructuras dominantes del pensamiento poscolonial. Este hablar contra no solo es una reacción hacia el lugar colonial, sino una reflexión crítica desde el lugar mismo de enunciación. El sujeto que se posiciona en el entre-lugar debe conocer tanto la cultura a la que se enfrenta como la posición desde la que se expresa. Como subraya Santiago (2012), el discurso del entre-lugar reconoce que estamos inmersos en la cultura colonial y que la manera de diferenciarnos de ella es transgredir esa posición, «entre la obediencia y la rebelión [del código], entre la asimilación y la expresión, [porque allí encontrará] su templo y su lugar de clandestinidad» (: 76).

Sin embargo, la concepción del entre-lugar como un simple contraste con lo colonial ha sido cuestionada. Castrogiovanni, citado por Fernández-Arroyo (2023), critica la tendencia a ver el entre-lugar, desde su conceptualización como un espacio vacío, lleno artificialmente con imágenes que no reflejan la complejidad cultural. Efectivamente, ese enfoque es insuficiente, pues no reconoce la naturaleza dinámica y transformadora de las identidades postcoloniales. Fernández-Arroyo (2023) proponen ver el entre-lugar como una «construcción socio-espaciotemporal, dinámica y permeable» (: 263), un espacio donde se negocian sentidos y se crean nuevas realidades culturales a partir de la interacción de elementos coloniales y autóctonos, tanto funcionales como simbólicos.

Así, el entre-lugar debe entenderse como un proceso continuo, flexible y permeable, en el que las identidades postcoloniales se negocian y reconfiguran en un contexto globalizado. Este enfoque desafía la visión tradicional del entre-lugar como una mera oposición al colonialismo, proponiéndolo como un espacio dinámico de creación y subversión de las estructuras dominantes. Al comprenderlo como una construcción socio-espaciotemporal se reconoce el papel fundamental de las negociaciones de poder y los procesos de hibridación que caracterizan las sociedades postcoloniales.

En consecuencia, la crítica contemporánea del entre-lugar debe ir más allá de las dicotomías tradicionales de resistencia o vacuidad, reconociendo su carácter complejo y multifacético. El entre-lugar no solo es un espacio de resistencia sino también de afirmación y reinvención cultural, donde se renegocian los legados del colonialismo en un escenario global interconectado. Este enfoque permite repensar el entre-lugar no como un eco del pasado colonial sino como un espacio autónomo y dinámico que sigue evolucionando en un mundo globalizado.

El entre-lugar debe ser visto como un espacio de transgresión, creación y reconfiguración, en el que se superan las oposiciones tradicionales entre lo colonial y lo postcolonial. Su concepción como una construcción dinámica y permeable abre nuevas perspectivas para comprender las identidades latinoamericanas, destacando su capacidad de adaptación, hibridación y reinvención en un contexto global.

Situándonos en la relación de oposiciones que sugiere el concepto de entre-lugar es posible destacar otras relaciones que se establecen entre un término y su opuesto y que este concepto tiende a invisibilizar, pero pueden derivar en nuevas significaciones dentro del discurso literario latinoamericano. Partiendo de este enfoque, Silviano Santiago explica que el entre-lugar es un lugar aparentemente vacío, situado entre la obediencia y la rebelión, entre la asimilación y la expresión. La clave está en que el lugar es aparentemente vacío; en él, en realidad, existen otras posibilidades de significación.

Si recurrimos al cuadrado semiótico de Greimas, un constructo teórico que también data de la década del setenta (1973), podemos advertir cuántas posibilidades operativas se generan dentro del universo semántico a partir de una palabra y su opuesto. Según Greimas, «las estructuras elementales de significación son parafraseables como categorías semánticas, que se articulan operativamente o sintácticamente en el cuadro semiótico […]. El cuadro semiótico no es sino la representación canónica de ese conjunto de relaciones» (como se citó en Abril, 1995: 434).

Para realizar un análisis breve con respecto a un par de términos que Silviano Santiago considera opuestos, tomemos, por ejemplo, el par obediencia y rebelión, los cuales serían contrarios en el cuadrado semiótico. En el modelo greimasiano, según Abril, las oposiciones se estructuran de la siguiente manera: un eje semántico (S) expresa el campo categorial en el que dos términos o semas (s1 vs s2) se oponen por contrariedad (es decir, son contrarios); en este caso, obediencia vs. rebelión. Luego, un eje contradictorio de (S) se puede postular como un eje neutro (-S), que articula los semas subcontrarios: -s2 vs. -s1, los cuales asumirían los contenidos semánticos correspondientes a no obediencia vs. no rebelión.

Considerando la oposición previamente mencionada y el balance de significaciones, se puede concebir un cuadrado semiótico que se denomina de la infidelidad. Este cuadrado tiene en cuenta que la oposición seleccionada —rebelión vs. obediencia— implica una transgresión: existen otros conceptos latentes que la formulación dicotómica del entre-lugar no revela, pero que son posibles transgresiones en las que se puede hallar el discurso latinoamericano propuesto por Santiago.

Este enfoque se alinea con la interpretación de Raúl Rodríguez Feire sobre Uma literatura nos trópicos de Silviano Santiago, especialmente al considerar la génesis de dicho texto en Les Faux-monnayeurs, donde Rodríguez (2020) destaca cómo «Gide no respeta el orden dado al lector por la palabra fin, inscrita por Stendhal al final de Armance; [lo cual Rodríguez interpreta como un] sinónimo de falta de respeto, infidelidad» (: 138). Esta reflexión subraya la transgresión implícita en el acto literario que desafía los marcos convencionales proponiendo una ruptura con las normas establecidas en el discurso narrativo.

En paralelo a esta visión transgresiva, el cuadrado semiótico como herramienta teórica busca precisamente revelar las significaciones latentes dentro del discurso latinoamericano del entre-lugar, un espacio que se configura a través de la resistencia y la reconfiguración de las estructuras de poder y dominación colonial. Según Rodríguez Freire, la propuesta de Silviano Santiago en Uma literatura nos trópicos se articula como una transgresión explícita de un modelo que opera también como prisión. Esta transgresión se lleva a cabo al completar la estructura narrativa con un final alternativo, uno imaginario, que es, en palabras de Rodríguez, un final infiel al orden establecido (Rodríguez, 2020). De esta forma, la transgresión de Santiago no solo implica una ruptura formal sino también una propuesta filosófica y estética que desafía las convenciones del discurso literario.

Esta transgresión literaria, representada por el final infiel propuesto por Santiago, encuentra su paralelo en la idea del cuadrado semiótico como esquema explicativo. El cuadrado semiótico permite completar la orientación del discurso latinoamericano, oculto y fragmentado en la binariedad del entre-lugar. A través de este esquema se ofrece una nueva forma de interpretación que no solo se enfrenta a los paradigmas dominantes sino que los transgrede, otorgando a las identidades postcoloniales la capacidad de redefinirse en un contexto más complejo y multidimensional. Este acto de infidelidad al modelo impuesto revela una nueva potencialidad para el discurso latinoamericano, más libre y flexible, que no se limita a los confines de una oposición estática sino que busca abrirse a nuevas posibilidades narrativas y de significación.

Sin embargo, asumiremos el sentido axiológico del cuadrado semiótico tal como lo conceptualiza el lingüista cubano Leandro Caballero, aunque sin desconocer que existen propuestas sobre posteriores sobre el modelo, como la de Galbán (2014), que ofrece una perspectiva ampliada y complementaria. Aceptar esta propuesta permite discretizar de manera más precisa el conjunto de relaciones que operan entre los opuestos obediencia y rebelión. En primer lugar, sería relevante observar el cuadrado con sus contenidos paradigmáticos, tal como lo muestra Caballero (2014) y luego el denominado de la infidelidad.

Figura 1: Cuadrado semiótico 1

Fuente: Caballero, 2014

Para contextualizarlo con el par de opuestos propuesto por Silviano, veamos la siguiente construcción.

Figura 2: Cuadrado semiótico 2

Fuente: Elaboracion propia a partir de Caballero (2014)

En cuanto al orden de relaciones existe un balance positivo de significaciones que se orienta hacia la rebelión. Este va desde (1) hasta (6) pasando por (5): obediencia, armonía, indiferencia, conspiración; y en orden inverso, un balance negativo de significaciones se orienta hacia la obediencia, que va desde (2) hasta (5), pasando por (6): rebelión, conspiración, indiferencia, armonía. Estas relaciones expresan la gradación de los valores y sus significaciones dentro del margen rebelión vs. obediencia.

Además, se debe considerar la oposición de los contrarios en el eje semántico (S) (s1 vs. s2), que genera una relación de ambivalencia y produce el valor de suspicacia. Así, el equilibrio semántico de los contradictorios en calidad de término neutro (-S), (-s2 vs. -s1), genera el valor de indiferencia. Finalmente, aunque no es absoluta la elección de estos valores, sirve como explicación de cuántas nociones no nombradas existen en el supuesto vacío originado por el entre-lugar a partir de sus oposiciones.

La idea aquí es que la crítica del entre-lugar en el discurso literario latinoamericano puede ampliarse al considerar todas las posibles mediaciones que se establecen entre las valencias opuestas, que a su vez definen su propio posicionamiento. Si consideramos solo el tema de lo colonial, las otras valencias dentro de ese péndulo de oposiciones que propone Silviano Santiago posibilitan otros espacios, que no son necesariamente los extremos. Un acercamiento entre las literaturas coloniales comparadas y la crítica podría exhumar esas significaciones oscurecidas, aunque sea solo en el contexto del tema colonial.

Ahora bien, ¿qué podría significar una lectura crítica alternativa del entre-lugar, incluso dentro de la literatura del siglo xix o principios del xx? Según Santiago, «la mirada del entre-lugar permite leer el siglo xix y también una relectura del modernismo brasileño que surgió después de 1922» (como se citó en Fielbaum y Errázuriz, 2014: 311). Una posición crítica del concepto permitiría ampliar el rango de significaciones, no solo en relación con la evolución estética de la literatura, sino también de esta en su vínculo con los contextos históricos políticos y sociales que influyen en su producción fragmentando la relación binarista del entre-lugar. En el contexto del nuevo milenio y frente a los procesos de globalización, la perspectiva del concepto debe expandir su enfoque poscolonial, reconociendo que el escribir contra, en la relación entre las antiguas metrópolis y sus excolonias es también de una postura mutua, atendiendo a los procesos migratorios; pues, como señala Santiago, los colonizadores «están siendo colonizados por los excolonos» (citado en Fielbaum & Errázuriz, 2014: 313).

Esta dinámica revalora, además, la dirección eurocéntrica de los estudios de literaturas comparadas, pues el complejo de significaciones se produce a partir de los estudios comparados y la crítica que emergen desde el concepto de entre-lugar, los cuales enfocan una lectura desde los referentes culturales europeos. Es la inercia de entender Latinoamérica a través de una cultura y economía, ¿superiores?, se puede también decir canónicas, que impone en la interpretación un distanciamiento consciente de dicha perspectiva.

Sin ánimo de redundar en las discusiones sobre la autenticidad y el origen de los modelos literarios, se asumen los procesos de significación como contextuales y como una construcción cultural en los cuales se cimentan las literaturas.

Lo que se produce en Latinoamérica debe entenderse más que como un entre-lugar, como una posición de entre-lugares, considerando las mediaciones de los factores que lo determinan como producto, factores que no se encuentran en el código europeo. Estas realidades pueden ser lingüísticas, sociales, físicas, biológicas, etc. Según la lectura de Guzmán (2018), las mediaciones son estructurales dentro del sistema del producto social, aunque este constituya una autoorganización en sí misma de ese sistema. La noción de entre-lugar merece otro ejercicio crítico que permita situar la percepción de Latinoamérica en ese contexto, no solo a partir del margen dual que supone el entre sino asumiendo que incluso el entre está transversalizado por esas mediaciones diversas que exceden los patrones fundamentales de las metrópolis y su construcción colonial en las Américas.

El entre-lugar como distanciamiento parte de esa posición de contra, focalizándose parcialmente hacia lo colonial. Atendiendo a las múltiples transversalizaciones, el propio discurso literario debería considerarse como un producto social y cultural sui generis. Es fundamental entender, además, siguiendo la postura de Guzmán (2018) sobre el producto social, que este no es reductible a las propiedades de sus elementos constituyentes, aunque se parta de ellos para acercarse a una realidad que, en su complejidad, se vuelve huidiza.

Karl Posso, al analizar la lectura de Silviano Santiago sobre la noción de entre-lugar, ponderó esta visión al explicar que:

este não é o ato do produto transgressivo em si –por consequêcia, […] não é um termo de uma relação, é o ser de uma relção, o jogo da diferença […]. Esse excedente entre-lugar tenha uma consistência lógica e um estatuto ontológico próprio: o discurso latino-americano nunca é posicionado, é uma relação com um estatuto ontológico separado dos termos da relação […] o entre-lugar não é um ponto intermdiário entre essas sociedades já constituídas, porque ele transforma (envenena, destrói) a natureza dessas sociedades. O entre-lugar não é a realização de configurações já implícitas como possibilidades na forma de termos preexistentes, porque aqueles termos preexistentes são desfeitos pelo suplemento. O entre-lugar não projeta retrospectivamente um estêncil do já constituído para explicar a sua própria constituição, estabelecendo um ciclo hermenêutico vicioso —em vez disso, mostra que o já constituído nunca foi o que pensamos que ele fosse em primeiro lugar. (Posso, 2015: 193)1

En la crítica al concepto de entre-lugar no se atienden de manera enfática esas otras estructuras mediadoras previamente mencionadas, que pudieron haber estado presentes en la emergencia del discurso latinoamericano, permitiendo nuevas interacciones que conduzcan a una significación diferente. El discurso se orienta más bien hacia un movimiento de sístole y diástole, que oscila entre la obediencia y la rebelión, entre la asimilación y la expresión de un código.

En la construcción del discurso latinoamericano sería útil adaptar al contexto las preguntas sobre la determinación social del conocimiento que refiere Hernández (2013): ¿Cuáles son las bases de esa determinación del discurso? ¿Cuál es la naturaleza de esa determinación? ¿Qué grado de determinación posee? ¿Cuáles son las consecuencias de esa determinación? Aunque cada una de estas preguntas podría ser objeto de una investigación separada, sus respuestas contribuirían a complejizar la noción de entre-lugar como concepto, el cual debe ser reenfocado ahora desde una perspectiva de sobredeterminación, teniendo en cuenta los fenómenos multicausales que configuran el discurso latinoamericano.

El movimiento del pensamiento hacia otras perspectivas de análisis ofrece una oportunidad para liberar el concepto de entre-lugar de las limitaciones a las que ha sido sometido, especialmente al quedar encapsulado dentro de un único referente. Tradicionalmente el entre-lugar ha sido pensado en términos de un espacio intersticial en el que las culturas se intersectan, se funden o se contrastan; sin embargo, al restringir este concepto solo a esa situación, se limita su capacidad para modelar otras significaciones y abrir nuevas puertas para la crítica literaria y cultural. Si logramos liberarlo de esta posición restrictiva se pueden considerar otras dimensiones subyacentes que amplíen su sentido permitiendo explorar significados más ricos en la crítica literaria y en los estudios comparados. Esta expansión de los horizontes del concepto permitiría abordar cuestiones de hibridación, interculturalidad y resistencia, temas que se han quedado parcialmente desatendidos al centrarse en una visión estática del entre-lugar.

En este contexto, la escritura contra o decir contra para distanciarse de las metrópolis coloniales ya no es suficiente, porque lo que surge de la síntesis no es simplemente una ruptura o distanciamiento sino una transformación que crea una nueva realidad, es el resultado de un proceso de mediación cultural y social.

Esta reflexión sobre las posibles significaciones de este concepto desde otras posturas de análisis también puede orientarse dentro del concepto de lenguaje nación que propone Kamau Brathwaite. En este sentido se pueden destacar los puntos en común que se orientan hacia la expresión de un producto social y en ello las mediaciones que potencian las posibilidades de significación.

EL CONCEPTO DE LENGUAJE NACIÓN DE KAMAU BRATHWAITE

La noción de lenguaje nación propuesta por Kamau Brathwaite al entrar en fricción con el inglés estándar señala una profunda preocupación por la capacidad de esta lengua para expresar una realidad cultural más amplia y compleja. En su visión, el inglés caribeño, a pesar de ser una variante del idioma colonial, resulta insuficiente para abarcar las múltiples dimensiones del Caribe cultural, especialmente debido a la influencia persistente de las lenguas africanas que conforman una parte esencial de la identidad caribeña. Brathwaite (2010) no se refiere simplemente a una lengua como vehículo de comunicación sino a una capacidad expresiva de la cultura caribeña misma, enraizada en su historia, geografía y resistencia. Para él esta capacidad expresiva que está vinculada con el Caribe cultural, trasciende las limitaciones de la lengua impuesta y busca una forma de ser y de decir que sea auténtica y representativa del legado africano y sus complejas dinámicas sociales. Según Gaztambide (2006), este Caribe cultural se circunscribe a las West Indies, un espacio geográfico cargado de historia y memoria.

La definición de lenguaje por parte de Cuba et al (2012), como «una capacidad o facultad biológica que se valió -y se vale- de un complejo sistema sígnico que, a partir de relaciones recíprocas, facilitó el desarrollo histórico y cultural de múltiples —y disímiles— comunidades» (: 61), refuerza la noción de que el lenguaje no es solo un medio de comunicación, sino un elemento que tiene el poder de configurar la identidad y el sentido dentro de un contexto cultural específico. Desde esta perspectiva el lenguaje es una capacidad generadora de sentido que permite a las comunidades expresar y redefinir sus realidades culturales a menudo desafiando las estructuras preexistentes.

Brathwaite (2010) subraya este conflicto entre la capacidad expresiva de la lengua y las restricciones del inglés incluso en su variante caribeña. Siente que el inglés caribeño, aunque surge como una forma adaptada del colonialismo, no tiene la suficiente elasticidad para captar la totalidad de la experiencia del Caribe. Existe, según él, un vasto significado que permanece inarticulado y que busca su propio espacio de expresión, más allá de las fronteras lingüísticas impuestas. En este sentido la lengua caribeña debe tensar las estructuras y convenciones del inglés acercándose a un lenguaje que se libere de esas limitaciones coloniales.

Este concepto de lenguaje nación como resistencia y expresión cultural se conecta con la observación en Nicolás Guillén sobre la potencia de las lenguas africanas en la literatura, una potencia que también se percibe en la literatura brasileña, particularmente en el uso del idioma como forma de resistencia y creación cultural. Brathwaite ve en la lengua un instrumento para expresar no solo lo cotidiano sino una realidad cultural y simbólica más rica. En sus palabras esta capacidad expresiva se manifiesta en lo que él ha denominado el rugido, una forma de lenguaje visceral que tensa las estructuras del poder colonial, un lenguaje profundo y vital que se mueve más allá de las convenciones impuestas por la lengua.

La comunidad cultural vincula al lenguaje nación algo más allá de la lengua o el idioma. Ese algo Brathwaite lo identifica como un reclamo de África o del Caribe como extensión de sus bordes:

Yo no tuve ningún tipo de contacto con un hombre llamado Nicolás Guillén. No sabía que Brasil tenía esclavos y que era una sociedad de plantación similar a las nuestras. Tampoco sabía que África existía y que era un gran lugar, aunque Barbados sea la más oriental de las islas caribeñas y que desde allí, en un día neblinoso, sea posible imaginar la costa de Guinea. (como se citó en Caisso, 2017: 9)

Sus palabras sugieren una fuerza cultural que se erige a partir de las relaciones de la plantación y que aflora en una cultura que no solo se encuentra en el Caribe anglófono, sino también en el Caribe de habla hispana y portuguesa. De este modo, el problema de la significación emerge a partir de la creación de un producto cultural: la construcción del Caribe. A esas significaciones, se debe agregar las tendencias más actuales de globalización y neoliberalismo que transversalizan las preocupaciones de la crítica contemporánea en aras de ser coherentes con el término concebido por Brathwaite en 1976.

Es posible partir de las convenciones que nos atraviesan y que van más allá de los modelos de las metrópolis. Existen puntos ciegos dentro de estas convenciones que parecen ser ignorados por la crítica, ya que no se reacciona contra ellos. Están tan asimilados que pareciera que no tienen implicaciones.

Para entender el concepto de lenguaje nación es útil volver a la imagen de Brathwaite (2010): «El huracán no ruge en pentámetros» (: 123), refiriéndose a la insuficiencia de la lengua para expresar una necesidad que excede al signo lingüístico. En su caso, las pulsiones de la cultura de sustrato africano latentes en el inglés de Barbados obligan a buscar un ritmo silábico diferente: el calypso, para permitir el rugido.

Al abordar la noción de lengua es crucial entender que esta se configura en función de la función del lenguaje y no como algo meramente accesorio o secundario. En este sentido no nos referiremos a la lengua del inglés europeo que de hecho, actúa como un obstáculo en las aproximaciones a la cultura barbadense con su sustrato africano. Un fenómeno similar ocurre con el español peninsular en la poesía de Nicolás Guillén, donde el idioma estándar o oficial, que proviene de España, se convierte en un obstáculo para captar el verdadero ritmo y la esencia de su poesía. En este contexto, Nancy Morejón, al reflexionar sobre la vanguardia en Guillén, explica que el desafío central radica en encontrar una expresión poética nacional que se caracterice por una nueva actitud ante la lengua, pues esto implica una revolución estética, literaria y social (Morejón, 1972).

Como ejemplificación de este proceso, Morejón subraya en su análisis de Motivos del son (1930) cómo Guillén logra reproducir el habla de los negros habaneros, lo que refleja un deseo profundo de recuperar una lengua ancestral perdida. La reproducción de la lengua hablada en los barrios pobres de La Habana —una versión cubana del ghetto negro norteamericano—, que desciende de la lengua bozal de los cautivos africanos, constituye uno de los elementos fundamentales de la expresión lingüística que caracteriza Motivos del son. Esta expresión, cargada de agresividad y rebeldía, otorga a la obra su verdadero calibre y potencia, al incorporar la resistencia cultural y social a través de la lengua. (Morejón, 1972)

Lo importante aquí es señalar que la convención de la lengua obliga al huracán a ajustarse a sus posibilidades de expresión. Así como el huracán no ruge en pentámetros, el gallo no canta cock-a-doodle-do, ni el gato hace meow, ni los perros hacen bow-wow. Aunque esta comparación pueda parecer ingenua, sirve para entender los recursos limitados que ofrece una lengua, incluso cuando se trata de expresar rugidos que deberían ser comunes para todos los hablantes del mundo, pero que, debido a las diferencias lingüísticas, se expresan de manera diferente. Este fenómeno puede observarse también al comparar las onomatopeyas en inglés con las del español.

Si las onomatopeyas, construcciones motivadas, están limitadas por los recursos fonéticos de las lenguas, cuánto más sentirá su limitación el lenguaje nación, no solo en el rugido, sino también en sus posibles significados. El huracán se educa en el inglés barbadense, así como también lo hacen las onomatopeyas. Se pueden tomar en consideración los recursos lingüísticos que Brathwaite (2010) menciona al hablar de la lengua que expresa al huracán: «Puede que sea el inglés según algunas de sus características lexicales. Pero en sus contornos, su ritmo y su timbre, sus explosiones sonoras, no es el inglés, aunque sus palabras puedan ser inglesas en mayor o menor grado» (: 125-126).

El huracán debe ser contenido en las posibilidades de expresión oral o escrita. Sin embargo, acerquémonos al concepto de lengua para ver cómo hay una convención establecida entre ese rugido motivado y los recursos lingüísticos que la lengua ofrece. Según Cuba et al. (2012), la lengua «es a la vez un producto social de la facultad del lenguaje y un conjunto de convenciones necesarias adoptadas por el cuerpo social para permitir el ejercicio de esa facultad de los individuos» (: 62). En otras palabras, la lengua permite el ejercicio del lenguaje, pero eso no significa que lo satisfaga completamente. Por eso Brathwaite (2010) siente que su inglés no alcanza a expresar todo lo que necesita.

La cuestión es que siempre faltará algo porque, en tanto convención, la lengua nunca es suficiente para todas las necesidades de expresión humana. Tampoco tiene los recursos necesarios para expresar toda la subjetividad, ya que el código es una construcción cultural y por lo tanto, colectiva.

El concepto de que la lengua es la única forma de comunicación o de organización del pensamiento ha sido ampliamente cuestionado por estudios neurocientíficos recientes. Aunque el lenguaje verbal es sin duda una de las herramientas más poderosas y efectivas para estructurar y expresar ideas, no es el único medio de pensamiento. Existen formas alternativas de procesar información y generar pensamientos que no requieren necesariamente el uso de palabras. En este contexto, el pensamiento por imágenes ha cobrado relevancia como una modalidad independiente del pensamiento lingüístico. Como señalan Kandel et al. (2001), «la gente no solo piensa en palabras y frases de su lenguaje; el pensamiento puede ocurrir en ausencia de lenguaje» (: 1169). Esto implica que, incluso sin un lenguaje verbal explícito, las personas pueden organizar y procesar conceptos, emociones o experiencias, como apuntan Kandel et al. (2001), «mediante imágenes visuales, conceptos y representaciones abstractas». (: 1169)

Precisa este autor que este tipo de pensamiento no lingüístico es evidente en varios grupos, como los lactantes, los primates no humanos, las personas afásicas (quienes padecen dificultades para usar el lenguaje), así como en los adultos humanos normales. En todos estos casos, se observa una capacidad de pensar mediante esas otras formas de pensamiento no lingüísticas, lo que sugiere que el cerebro tiene mecanismos específicos para procesar información fuera del marco estrictamente verbal.

Además, dentro del ámbito lingüístico, es importante reconocer que las situaciones comunicativas no dependen únicamente de las palabras, sino que están fuertemente influenciadas por elementos extralingüísticos. Los gestos, el tono de voz, la proxemia y otros factores no verbales, juegan un papel crucial en la comprensión y expresión del mensaje. Estos elementos complementan el significado verbal, enriqueciendo la comunicación e incluso modificando la interpretación de los mensajes según el contexto. Así, el lenguaje y la comunicación deben ser entendidos como procesos complejos y multifacéticos, en los que intervienen tanto los aspectos lingüísticos como los extralingüísticos y no lingüísticos.

Sin embargo, adentrándonos más, la sociocrítica de Edmond Cros nos ofrece una nueva perspectiva. En los estudios sociocríticos de la literatura, Cros introduce el concepto de sujeto cultural. Según Cros (2003), la construcción del sujeto cultural radica en la alienación del individuo a través del lenguaje, de modo que en ese proceso, el sujeto no responde a su individualidad sino al código cultural que se ha implantado en él. Esta concepción sitúa bajo la misma estructura del código tanto la producción de sentido como la socialidad de lo estético.

Cros (2003), al hablar de la insuficiencia del significante para expresar al sujeto (en cuyo lugar también puede ponerse el rugido), explica que el orden del significante es responsable de la división del sujeto y por ende, de su alienación. Así, cualquier práctica semiótica genera una escisión entre la realidad y lo que representa. «El signo convoca la realidad, y la realidad se desvanece en el signo en beneficio de su representación», dice (: 19). Creo que ahí radica el mayor problema de Kamau Brathwaite con respecto a su inglés. Existe una significación que está en el sujeto y que el código pierde en su representación. Se destaca nuevamente: cualquier código.

Por otro lado, Lamo de Espinosa et al (1994), apoyándose en las ideas de Durkheim, subraya que, frente a las representaciones sensibles —como las sensaciones, percepciones e imágenes generadas directamente por el individuo—, existe un conjunto de representaciones colectivas que las trasciende y que poseen un carácter eminentemente social. Es precisamente a través de estas representaciones colectivas que el ser humano puede expresar lo que emerge de su experiencia y su individualidad, dado que cada lengua actúa como un medio para traducir dicha experiencia individual hacia una forma colectiva. En este sentido, las representaciones individuales se hallan subordinadas a las colectivas, de modo que, de no contar con estas, el ser humano estaría en una situación comparable a la de un animal. Tal distinción radica en que lo que nos diferencia de los seres no humanos es, justamente, «la capacidad de pensar en conceptos que no son individuales y la habilidad de transmitir el pensamiento a través de un lenguaje que, en su esencia, es una creación colectiva» (como se citó en Lamo de Espinosa et al., 1994: 207).

Más explícitamente, Lamo de Espinosa et al (1994) y sus colegas afirman que: «El conocimiento propio del individuo se debe a los estados individuales, se explica por su naturaleza psíquica y es incomunicable, a no ser que se recurra al lenguaje y a los conceptos que trascienden propiamente lo individual» (: 208). En esa incongruencia radica también la sensación individual de limitación del código: ahí se encuentra el rugido, no domesticado que no se ajusta a ninguna convención posible.

Edmond Cros (2003), bajo las mismas preocupaciones, dice lo siguiente:

El sujeto aparece siempre representado en el lenguaje en detrimento de su verdad; esta representación implica el desvanecimiento del sujeto del inconsciente o sujeto del deseo, la imposibilidad de que este exprese la autenticidad de su deseo, enmascarada por el lenguaje. (: 19)

Sin embargo, no es imposible retrotraer al sujeto del deseo, que está alienado en el significante. Cros (2003) también explica que, «si bien el sujeto cultural se expresa esencialmente en el enunciado, este rasgo precisamente lo distingue del sujeto del deseo, [ese portador del rugido indomable], que solo puede manifestarse al oír en enunciación»(: 21).

Los gestos de la enunciación, tal como se mencionan en el texto, son aquellos elementos extralingüísticos que van más allá del lenguaje verbal estricto, como el ruido, la interjección, la expresión corporal o incluso la danza. Estos gestos son, en cierto modo, vehículos de una comunicación más profunda, que no se limita a lo explícito de las palabras sino que buscan transmitir lo que a menudo escapa a la lógica de la convención lingüística. En esta línea, el rugido o el ruido se presentan como formas primordiales de expresión que permiten exorcizar lo que está contenido dentro, lo que el lenguaje formal no puede abarcar completamente. Son formas de resistencia a la domesticación de la lengua, una forma de buscar esa complicidad mencionada, que sobrevive en lo no verbal, en lo visceral.

El género lírico, como bien señala Espinoza (2006), funciona como «un espacio propicio para la emergencia de la subjetividad» (: 74). Este espacio no solo es un refugio para la expresión de los sentimientos del yo, sino también un lugar en el que la lengua se vuelve flexible y transgrede los límites del significado preestablecido. En la poesía, los gestos de enunciación no se limitan a lo que se expresa en el plano verbal; ellos se proyectan en el ritmo, la musicalidad, la cadencia de las palabras y en muchos casos en el empleo de formas disonantes o disruptivas que desafían la rigidez del código lingüístico. La lírica se convierte en un terreno donde se pueden reconfigurar las formas de comunicación más allá de lo simplemente lógico o racional, permitiendo que la subjetividad se exprese en toda su multiplicidad.

En este contexto, Benites Rojo también subraya, especificando en el Caribe, el ritmo no solo dentro de la música o la danza, sino que permeando diversos aspectos de la vida cotidiana, incluidos la poesía, la plástica y las maneras de hablar o caminar. Según él, estos ritmos no solo son parte de la exterioridad visible sino que emanan de estructuras interiores secretas que están inscritas en nosotros como implantes socioculturales. Esta idea es crucial porque invita a pensar que las formas de expresión no son solo producto de convenciones externas sino que están profundamente conectadas con la historia y la cultura que habitamos, tanto de manera individual como colectiva. Este concepto de ritmo como una estructura secreta destaca el hecho de que las formas de comunicación, aunque puedan parecer superficiales o espontáneas, en realidad están profundamente enraizadas en lo que somos como individuos insertos en una determinada tradición cultural.

Lo interesante es que estos ritmos, estos gestos de enunciación, pueden servir tanto para acercarnos a otras culturas como para diferenciarnos de ellas. Son un medio tanto de unificación cultural como de diferenciación dependiendo del contexto. El lenguaje y la manera en que se pronuncian y se dicen las cosas tiene un peso cultural que no solo está determinado por la lengua misma, sino por las estructuras socioculturales que configuran la identidad de los sujetos que lo utilizan. Así, los gestos de la enunciación se convierten en una herramienta para reconocer y afirmar la pertenencia a un colectivo cultural, mientras que, al mismo tiempo sirven como medio para resistir las formas de dominación lingüística y cultural impuestas desde el exterior.

EN UN ACERCAMIENTO A LOS RESULTADOS

En el diálogo con las metrópolis, Brathwaite y Santiago establecen en sus respectivas obras, una relación tensa y conflictiva con las lenguas y culturas de las metrópolis. Este diálogo no es solo un intercambio de significaciones, sino un campo de disputa. En el caso del lenguaje nación, el Caribe no se limita a imitar o aceptar pasivamente el inglés europeo o caribeño; al contrario, lo reconfigura, lo tensa y lo transforma para hacerlo adecuado a sus propios ritmos, cadencias y significados. Como señala Brathwaite, el inglés no tiene la capacidad de expresar completamente las pulsiones culturales de un Caribe que se define por su sustrato africano. El inglés caribeño, por tanto, surge como una respuesta a la insuficiencia del lenguaje colonial, pero también como una necesidad de articular un deseo profundo de expresar la singularidad del Caribe en su totalidad.

De forma similar, entre-lugar de Santiago es una postura ante la contradicción y el conflicto que el discurso latinoamericano mantiene con las metrópolis, que se ve reflejado en el tránsito constante entre la obediencia y la rebelión. Este espacio de distanciamiento no es meramente un entre pasivo, sino un lugar cargado de tensiones, mediaciones y transgresiones. Santiago utiliza la noción de entre-lugar como una forma de agotar las categorías binarias impuestas por las metrópolis y liberar el discurso latinoamericano de los confines de la cultura europea.

La sobredeterminación del discurso: La aproximación de ambos conceptos al discurso literario de la región no solo implica una oposición o un espacio liminal sino que su interacción permite la ampliación y complejización de las significaciones que estructuran dicho discurso. Aquí es fundamental la noción de sobredeterminación que se menciona, pues tanto en el caso de lenguaje nación como en el de entre-lugar existe una multiplicidad de factores (sociales, históricos, lingüísticos, políticos) que no solo atraviesan estos discursos, sino que los determinan en su complejidad. Esta sobredeterminación reconoce que las culturas latinoamericanas y caribeñas no pueden ser entendidas desde un único marco explicativo, sino que deben ser vistas como resultado de una interacción y una mediación constante de múltiples factores internos y externos a menudo contradictorios.

La aplicación del cuadrado semiótico: Esta herramienta teórica amplía las posibilidades de interpretación del discurso latinoamericano al revelar las significaciones latentes en las oposiciones tradicionales, tales como la de obediencia y rebelión. Esta aproximación semiótica permite una comprensión más rica y matizada de las complejidades inherentes al entre-lugar abriendo nuevas puertas para la crítica literaria y cultural. En lugar de ver estas oposiciones como fuerzas estáticas y contradictorias, el cuadrado semiótico las articula como relaciones dinámicas y transformadoras que permiten pensar el entre-lugar no solo como una negación de lo colonial, sino como un espacio autónomo de creación y subversión.

La insuficiencia del código y el sujeto del deseo: El concepto de lenguaje nación también se encuentra con el desafío de la insuficiencia del código lingüístico para expresar la totalidad del deseo del sujeto. Kamau Brathwaite se enfrenta a un inglés que no puede abarcar lo completo de la identidad caribeña, que no puede capturar el rugido de la cultura de origen africano que define el espacio caribeño. De forma similar, la lengua misma, en tanto código cerrado y socialmente establecido, no es suficiente para la plena expresión de la subjetividad y de los deseos individuales. En el contexto de la crítica literaria latinoamericana, esto se traduce en una tensión constante entre lo que se puede expresar dentro de las convenciones del idioma y lo que escapa a esas convenciones. Como bien argumenta Edmond Cros, la relación entre el sujeto y el lenguaje se caracteriza por una escisión: el significante nunca podrá captar la total realidad del sujeto, que siempre queda incompleto, alienado o reprimido en el código.

La crítica a la sobredeterminación y el sujeto del deseo: Esta escisión y esta insuficiencia del código generan una paradoja interesante: la literatura latinoamericana y caribeña se encuentra atrapada entre la necesidad de codificar su experiencia cultural (a través de los códigos lingüísticos establecidos) y la imposibilidad de dicha codificación para abarcar su complejidad. Por tanto, el trabajo de los escritores latinoamericanos y caribeños puede ser visto como un intento constante de aproximarse a lo incodificable, de hacer hablar aquello que queda fuera de la lengua. Este ejercicio de transgresión del código, al igual que la poesía lírica que busca expresar la subjetividad del yo, también se puede entender como una respuesta a las limitaciones del lenguaje para expresar la totalidad de la experiencia humana. Así, como Brathwaite lo expresa, a través del lenguaje nación y sus múltiples mediaciones, se busca una forma de expresión que permita al Caribe y a América Latina no solo hablar contra las metrópolis sino también manifestar lo que siempre ha quedado fuera del alcance del código colonial: el deseo, el rugido, el cuerpo, la cultura.

CONCLUSIONES

En conclusión, tanto lenguaje nación de Brathwaite como entre-lugar de Santiago nos invitan a repensar el discurso literario latinoamericano y caribeño no solo desde las oposiciones de obediencia y rebelión, sino en términos de su compleja interacción con los códigos establecidos, con las metrópolis coloniales y con los procesos de identidad que se generan en espacios de mediación. Ambos conceptos apuntan hacia una nueva comprensión del sujeto cultural, uno que no está reducido ni a la lengua ni al código, sino que se manifiesta en sus fricciones, transgresiones y tensiones. Este análisis debe considerar la sobredeterminación del discurso y el continuo desafío que enfrenta la lengua para expresar la totalidad del deseo humano, sobre todo en sociedades que han sido históricamente colonizadas, transnacionalizadas y globalizadas.

AGRADECIMIENTO

Este artículo fue financiado por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID): Becas de DOCTORADO NACIONAL 21241510

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Datos de la autora

Yansy Sánchez Fernández (1981, Santiago de Cuba, Cuba). Doctor en Ciencias Sociológicas por la Universidad de Oriente (2022); Máster en Estudios Cubanos y del Caribe por la Universidad de Oriente (2020); Licenciado en Letras por la Universidad de la Habana, Cuba (2008). Es profesor Asistente y actualmente cursa su segundo doctorado en el Programa de Literatura en la Pontifica Universidad Católica de Valparaíso, Chile.

Cómo citar este artículo: Sánchez, Y. (2025). Entre-lugar y lenguaje nación como claves del discurso literario latinoamericano. Islas, 67(210): e1522.

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ISSN: 0042-1547 (papel) ISSN: 1997-6720 (digital)

http: //islas.uclv.edu.cu


  1. Este no es el acto del producto transgresor en sí mismo —en consecuencia, […] no es un término de una relación, es el ser de una relación, el juego de la diferencia. […] Este excedente entre-lugar tiene una consistencia lógica y un estatus ontológico propio: el discurso latinoamericano nunca está posicionado, es una relación con un estatus ontológico separado de los términos de la relación […] el entre-lugar no es un punto intermedio entre estas sociedades ya constituidas, porque él transforma (envenena, destruye) la naturaleza de estas sociedades. El entre-lugar no es la realización de configuraciones ya implícitas como posibilidades en forma de términos preexistentes, porque aquellos términos preexistentes son deshechos por el suplemento. El entre-lugar no proyecta una extensión de lo ya constituido para explicar su propia constitución, estableciendo un círculo hermenéutico vicioso, en cambio muestra como lo ya constituido nunca fue lo que pensamos que era en primer lugar.↩︎