ISLAS, 66 (208): e1403; mayo-agosto, 2024.

Recepción: 30/12/2023 Aceptación: 20/04/2024

Artículo científico

La «invención» escritural de la ciudad. El discurso sobre el espacio como forma de abordaje de las representaciones sociales

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The scriptural «invention» of the city. The discourse on space as a way of approaching social representations

Laura Vázquez Fleitas

Universidad de La Habana, La Habana, Cuba

ORCID: https://orcid.org/0000-0002-5975-1672

Correo electrónico: laura.vazquez@ffh.uh.cu

RESUMEN

Introducción: El estudio de la producción social del espacio resulta una clave fundamental para entender la conformación de las estructuras y relaciones de poder y para ubicar a los sujetos sociales en consonancia con la posición ocupada dentro de dicho ajedrez político.

Métodos: Los enfoques metodológicos y teóricos presentes en la actualidad dentro del campo historiográfico, la selección de herramientas analíticas y teóricas que van desde el análisis crítico del discurso a la lingüística y desde la historia cultural urbana, hasta la semiótica urbana o la geografía humana.

Resultados: El espacio se convierte en relato que aprisiona y construye las subjetividades y actitudes de los diferentes actores sociales, es parte indisoluble de los significados y símbolos territoriales como totalidad, pero a su vez constituye una generalidad que impone sus discursos identitarios sobre la comunidad lingüística y territorial que lo interpela y reta.

Conclusiones: Las estructuras espaciales ordenan, no solo la representación del mundo de los sujetos, sino al individuo como tal, que se ordena a sí mismo a partir de esta representación. El discurso sobre el territorio se erige como recurso para elaborar en forma argumentada el debate sobre el espacio físico, su determinación social y las diferencias de clases que genera en su apropiación.

PALABRAS CLAVE: espacio social; territorio; representación social; discurso

ABSTRACT

Introduction: The study of the social production of space is a fundamental key to understanding the formation of power structures and relations and to locate social subjects in line with the position occupied within said political chess.

Methods: The methodological and theoretical approaches currently present in the historiographic field, the selection of analytical and theoretical tools that ranging from critical discourse analysis to linguistics and from urban cultural history, to urban semiotics or human geography.

Results: Space becomes a story that imprisons and constructs the subjectivities and attitudes of the different social actors, it is an inseparable part of the territorial meanings and symbols as a whole, but at the same time it constitutes a generality that imposes its identity discourses on the linguistic community and territorial that challenges it.

Conclusions: Spatial structures order, not only the representation of the world of the subjects, but the individual as such, who orders himself based on this representation. The discourse on territory stands as a resource to elaborate in an argumentative way the debate on physical space, its social determination and the class differences it generates in its appropriation.

KEYWORDS: social space; territory; social representation; discourse

De una ciudad no disfrutas las siete o

setenta y siete maravillas, sino

la respuesta que da a una pregunta tuya.

Italo Calvino. Las ciudades invisibles.

¿cómo podríamos escribir sobre la «verdadera idea

de una ciudad», en especial si nos interesara la ciudad,

y contáramos con una gran cantidad de papel?

Robert Darnton. Un burgués pone en orden su mundo: la cuidad como texto.

DE LAS CIENCIAS SOCIALES A «UNA» CIENCIA SOCIAL PLURAL

En el año 1996 aparecerían publicados dos textos que nos permitirían entender la variedad y la encrucijada a la que se enfrentaban, en ese momento, las Ciencias Sociales contemporáneas, en tanto saberes «diferentes», pero marcados por la contaminación constante de sus narraciones. Uno de estos trabajos sería la entrevista concedida por Roger Chartier, divulgada bajo el título «El malestar en la Historia» a través de la revista Fractal, en la cual el reputado historiador expresaba:

Un rasgo distintivo de la historiografía de nuestros días es el surgimiento de espacios intelectuales cohabitados por diversas disciplinas y por historiadores que pertenecen a disímbolas tradiciones nacionales. La unidad fundada en la filiación a una teoría o en la homogeneidad nacional, que distinguía a las antiguas «escuelas», ha dejado de existir. (Chartier, 1996: 3)

Lo hasta aquí expresado solo implica la punta del iceberg, la manifestación visible de un proceso más complejo, explicado y documentado ampliamente en el conocido trabajo Abrir las Ciencias Sociales coordinado por Immanuel Wallerstein y conocido también como: «Informe de la Comisión Gulbenkian para la reestructuración de las ciencias sociales» (1996). Dicho informe se dividió en cuatro puntos:

  1. La construcción histórica de las Ciencias Sociales desde el siglo XVIII hasta 1945.

  2. Los debates en las ciencias sociales de 1945 hasta el presente.

  3. El tipo de ciencia social que se requiere actualmente.

  4. La restructuración de las ciencias sociales como conclusión al aporte.

La tercera de las temáticas trabajadas en el texto nos traía a colación tres preocupaciones y aspiraciones importantes de la época, en tanto problemas y soluciones en sí mismas que nos planteaban la necesidad de: fortalecer la relación entre el investigador y la investigación, reinsertar el tiempo y espacio como variables constitutivas internas, y no solo como realidades físicas invariables dentro de las cuales existe el universo social y superar las separaciones artificiales erigidas en el siglo XIX entre los reinos de lo político, lo económico y lo social.

Por otro lado, en el propio espacio latinoamericano hacia finales del siglo XX, con más exactitud en el anteriormente referido 1996, comenzó a gestarse un nuevo tipo de pensamiento «latinoamericano»1 heredero de múltiples tradiciones teóricas precedentes, de diversas realidades concomitantes entre sí y con preocupaciones similares ante el amplio marco de las Ciencias Sociales. En uno de sus primeros textos como grupo, Francisco López Segrera afirmaba que: «[…] para que las ciencias sociales tengan verdadera relevancia hoy, es imprescindible la reunificación epistemológica del mundo del conocimiento, sin que esto implique la muerte inmediata de disciplinas con una larga tradición» (2000: 109). Las tres reflexiones mencionadas con anterioridad nos ponen frente al dilema y al reto de las Ciencias Sociales contemporáneas: su pluralidad intrínseca y la búsqueda de una unidad dentro de la diversidad que comprenda todos, o al menos la mayoría, de los saberes a ella asociados.

Leer y/o construir una investigación de las llamadas históricas hoy en día implica necesariamente la obligatoriedad de poder dialogar con un espacio contaminado y concomitante con esas otras Ciencias Sociales. La historia transdisciplinaria e interdisciplinaria de nuestros días constituye el reto y el resultado del contexto en que esta se desarrolló durante los últimos años. Esta apertura investigativa, temática, problémica y metodológica implica la posibilidad de creación de comunidades intelectuales cada vez más diversas e integradas. Esta realidad dota de solidez al o a los campos intelectuales contemporáneos. A su vez, nos permite observar la gran variedad de enfoques metodológicos y teóricos presentes en la actualidad dentro del campo historiográfico que van desde las herramientas analíticas y teóricas del análisis crítico del discurso a la lingüística y desde la historia cultural urbana, como campo específico dentro de la historia cultural; hasta la semiótica urbana o la geografía humana. En estas circunstancias, el espacio se erige en problema investigativo y el territorio en tema de investigación.

EL LUGAR COMO TEMA, EL ESPACIO COMO PROBLEMA

En un trabajo sobre semiótica urbana «Símbolos de Petersburgo y problemas de semiótica urbana», Iuri Lotman aseveraba que el espacio es fuente de tales colisiones semióticas que es capaz de transformarse en un poderoso generador de información que a través de: «[…] las construcciones arquitectónicas, los rituales y ceremonias urbanos, el propio plan de la ciudad y miles de otros restos de épocas pasadas [actúa] como programas codificados que generan […] permanentemente los textos del pasado histórico» (2004: 6).

El espacio se convierte, en estas condiciones, en relato que aprisiona y construye las subjetividades y actitudes de los diferentes actores sociales. El estudio de la producción social del mismo resulta, por tanto, una clave fundamental para entender la conformación de las estructuras y relaciones de poder y para ubicar a los sujetos sociales en consonancia con la posición ocupada dentro de dicho ajedrez político. El espacio social como problemática constituye una de las preocupaciones más interesantes de las Ciencias Sociales a nivel internacional, y en especial, en América Latina. En palabras de Daniel Hiernaux:

Hacia mitades de la década de 1990, parecía que los temas territoriales habían perdido vigor en el pensamiento latinoamericano: el regreso de las referencias a la escala regional, las transformaciones visibles en las metrópolis, los problemas de gobernanza, la aparición de zonas de fuerte modernidad y otros aspectos de lo territorial, volvieron a encarrilar los investigadores en la vía de los estudios del territorio. (2012: 8)

El estudio del y sobre el territorio transversaliza múltiples disciplinas de las Ciencias Sociales que van desde la historia cultural hasta la semiótica o la antropología. Ahora bien, cualquier análisis centrado en el espacio como temática específica debe pasar por un examen detallado de las fuentes teóricas y las metodologías que dentro del campo de las ciencias de la sociedad permiten su abordaje. A su vez, se hace imprescindible encontrar las conexiones entre las diferentes teorías y/o enfoques de estudio que trabajan el espacio y determinar los conceptos y terminologías que se encuentran en la base de cualquier investigación que tenga en su centro el análisis, a través del discurso generado sobre el espacio físico, de las representaciones, imaginarios y lenguajes de un grupo social determinado.

En primera instancia, hemos de mencionar la historia cultural, más específicamente la llamada Historia Cultural Urbana. Ahora bien, para deconstruir los aportes de este enfoque metodológico al análisis del territorio hemos de entender la subversión teórica e investigativa que significó esta perspectiva para los estudiosos de la historia. En palabras de Peter Burke: «El común denominador de los historiadores culturales podría describirse como la preocupación por lo simbólico y su interpretación. Conscientes o inconscientes, los símbolos se pueden encontrar por doquier, desde el arte hasta la vida cotidiana» (2004: 13). En este sentido, debemos reconocer la importancia, que dentro de este enfoque metodológico tiene la producción de imágenes y discursos, en tanto crucial faceta que tiene que ser abordada como parte de la reproducción y transformación de cualquier orden simbólico; pero ¿qué aporta esta perspectiva al estudio del espacio y, más específicamente, al análisis del discurso sobre el espacio físico?

Para dar una respuesta coherente a la anterior interrogante resulta pertinente definir la evolución de este campo específico dentro de la historia cultural. Desde finales de los años ochenta la historia cultural urbana se ha venido caracterizando por la diversidad de fuentes y por los discursos utilizados para recrear las manifestaciones culturales de los diferentes actores sociales y sus formas de representación. En palabras de Arturo Almandoz:

[…] la incorporación de géneros literarios y discursos no especializados —ensayo, narrativa, poesía, crónica de viajes, representación pictórica y cinematográfica, entre otros— al acervo de fuentes primarias tradicionales de la historia urbana y urbanística —constituido por la literatura técnica y legal, principalmente— ha venido a ampliar el catálogo documental de ese nuevo subcampo disciplinar que es la historia cultural urbana. (2002: 31)

Este análisis nos permite afirmar la estrecha relación establecida entre los estudios de historia cultural urbana y los muy de moda trabajos sobre los imaginarios y la representación. Los mitos urbanos, la literatura y el espacio en sí mismo, con frecuencia han anticipado la evolución conceptual de los procesos urbanísticos con mayor precisión que las aproximaciones supuestamente «especializadas»; tal como lo advirtió Henri Lefebvre (1969; 2013; 2022).

En el caso de este autor en particular2 la principal contribución estriba en la conceptualización del espacio como una de las claves fundamentales para entender la conformación de las estructuras urbanas de clases sociales. El análisis de dichas estructuras nos permite entender las condiciones objetivas que se dan en y llegan a ser características de las ciudades, entendiendo a estas últimas como configuraciones geográficas objetivas de acceso a bienes, recursos y riqueza para el despliegue de los procesos subjetivos propios del habitar.

En el capítulo 4 de su obra La revolución urbana: «Niveles y dimensiones» (Lefebvre, 2022: 136-167), el autor propone un esquema para el abordaje de la sociedad urbana que expone tres niveles generales que se yuxtaponen en el análisis del espacio. Se trata de una clasificación de tres elementos sincrónicos que le permiten descomponer diferentes capas sociales: un nivel global (G), un nivel mixto (M) y un nivel privado (P). El aporte fundamental de la propuesta analítica de Henri Lefebvre se encuentra en la capacidad representativa que posee cada nivel y en las dinámicas de interrelación que se generan entre ellas las cuales permiten comprender las formas de expresión discursivas de las mismas.

Para la historia cultural urbana la exploración de las fuentes y métodos específicos citados con anterioridad ha sido de especial importancia pues se intenta indagar sobre la formación de la cultura e identidad urbana de los espacios donde habita el sujeto y (de)construir las relaciones sociales que se dan en y sobre el territorio. Así la diversidad de fuentes y discursos que como la información física y arquitectónica, los datos arqueológicos, la información demográfica y estadística, la literatura oral y escrita, la pintura, la fotografía y la publicidad se han incorporado al estudio de las historias urbanas de las ciudades, territorios, regiones y microespacios (auto)definidos permiten comprender las dinámicas culturales que caracterizan esos espacios, las prácticas sociales que las determinan y las relaciones sociales y de poder que las definen en sus especificidades. Este tipo de acercamiento metodológico se plantea una reivindicación de la dimensión cultural de lo urbano teniendo entre sus conceptos fundamentales: urbanidad, representación e imaginario. Los elementos, de la ciudad: sus calles, plazas y edificios pueden ser interpretados como signos visibles de procesos sociales, económicos y políticos conceptuando así a la ciudad como compuesto de actos representacionales susceptibles de ser narrados.

Una vez incluida la perspectiva representacional en el análisis del territorio es importante reconocer el aporte de la obra de Michel de Certau el cual desarrolla la relación entre espacio y relato. En el estudio La invención de lo cotidiano I Artes de hacer (2000) el autor construye un discurso donde incluye dos relaciones separadas en su nominación, pero inseparables en su funcionamiento. Para su comprensión las divide como objetos producidos y actos de creación. Así la lengua, el texto y la ciudad serán esos objetos sin los cuales no se puede entender el habla, la lectura y la práctica urbana, todos entendidos como actos. Ahora bien, para comprender este proceso no basta con ser capaces de reconocer estos objetos y actos; la forma de expresión de la relación entre ambos se da en la vida cotidiana donde el sujeto toma textos escritos y construye relatos, lee mapas e imagina recorridos y encuentra lugares y practica espacios.

En la tercera parte del mencionado texto encontramos un capítulo titulado: «Relatos de espacio» que el estudioso dedica a entretejer la relación entre narración y espacio. Su análisis parte de reconocer la dialéctica existente entre las estructuras narrativas y las sintaxis espaciales equiparándolas a nivel valorativo. Acepta que estas sintaxis conducen y regulan los cambios de espacio que son llevados a cabo a través del relato (discurso), para luego decantarse por las acciones narrativas como manera de precisar algunas de las formas elementales de prácticas organizadoras de espacio.

Para poder aplicar la lógica analítica de Certau a un ejercicio investigativo resulta importante comprender la relación entre los conceptos: lugar, espacio y relato en las reflexiones teórico-metodológicas de este autor. Según su concepción:

Un lugar es el orden (cualquiera que sea) según el cual los elementos se distribuyen en relaciones de coexistencia. […] Un lugar es pues una configuración instantánea de posiciones. Implica una indicación de estabilidad. // El espacio es un cruzamiento de movilidades. […] Espacio es el efecto producido por las operaciones que lo orientan, lo circunstancian, lo temporalizan y lo llevan a funciones como una unidad polivalente de programas conflictuales o de proximidades contractuales. El espacio es al lugar lo que se vuelve la palabra al ser articulada, es decir cuando queda atrapado en la ambigüedad de una realización. // En suma, el espacio es un lugar practicado. (2000: 129)

Mientras que: «El relato de espacio es en su grado mínimo una lengua hablada, es decir, un sistema lingüístico distributivo de lugares en la medida que se encuentra articulado mediante una «focalización enunciadora», mediante el acto de practicarlo» (2000: 142). Las ideas anteriores visibilizan el potencial enunciativo del territorio llegando a las lógicas representacionales que subyacen en el análisis espacial y que son capaces de ser trasladadas al relato como forma de (auto)afirmación del sujeto.

En las tres últimas décadas, la Geografía Humana ha experimentado transformaciones significativas, que cobran mayor profundidad en el contexto de crisis de los paradigmas más consolidados de las Ciencias Sociales y, en particular, a la luz del denominado «giro cultural», que planteó el redescubrimiento de la dimensión cultural en la geografía y su presencia, de una forma u otra, en casi todos los campos de la disciplina. En estas circunstancias, nos resultan de especial utilidad los conceptos de territorio y hábitat, básicos para erigir cualquier análisis desde esta perspectiva teórica. Ambos resultan el punto de partida y el puente reflexivo que cohesiona este enfoque metodológico del espacio.

El primero de los conceptos mencionados debe ser entendido como un espacio construido socialmente y apropiado por los agentes sociales a través de sus actos creativos y de ocupación del mismo. El territorio es el resultado de un proceso de apropiación y valoración del propio espacio, que responde a las necesidades socioeconómicas y políticas de cada grupo humano, ya que su producción está sustentada en las relaciones sociales y las prácticas sociales que se entrelazan en el espacio. Así, el territorio se nos presenta como espacio completo, acotado y habitado; donde el habitar es «[…] un fundamento de la definición ontológica de lo humano, un rasgo esencial del ser, tanto porque es esencia como porque es la manera como nosotros, seres humanos, estamos en la Tierra» (Hiernaux, 2012: 11). Este último constituye nuestra forma de resolver cómo estamos en el mundo, imprimiendo en la naturaleza, que ya transformamos, nuestras formas de pensar, de sentir y de actuar. El habitar se volvió una función más de las actividades humanas que supone, para el especialista, la obligación de darle medidas físicas, ya sea en extensas mansiones o en exiguos gallineros, donde cada gesto es pautado, restringido y medido.

Estas visiones entrelazadas nos permiten acercarnos al concepto de identidad territorial como una de las bases teóricas y metodológicas para abordar y entretejer las relaciones del hombre con su espacio y sus maneras de plantearse desde y a partir de él. Según Miguel Ángel Aguilar Díaz hemos de referirnos a él: «[ya sea] como un conjunto de cogniciones referentes a lugares o espacios en los que se desarrolla la vida cotidiana, y en función de los cuales se pueden establecer vínculos emocionales y de pertenencia [o como] un conjunto de valoraciones comunes, compartidas, y que apelan a la continuidad entre diferentes dimensiones simbólicas] (2000: 277-286). En estas condiciones se va construyendo la representación del territorio, es decir, un lugar valorizado a partir de lo que la idea de comunidad significa para cada individuo. Esta representación genera y visibiliza las redes de relaciones sociales y de poder que se activan y definen al interior del espacio físico y cohesionan al grupo social en virtud de las prácticas que les permiten a los sujetos, habitantes de un territorio, compartir un sentido común urbano.3

Ahora bien, estos enfoques teóricos y metodológicos no son suficientes para abarcar la inmensidad y la complejidad funcional de la región. Por tanto, es importante tener en cuenta algunos aportes de la Antropología Urbana que permiten a los investigadores ver en los diferentes territorios abordables la representación de una revolución arquitectónica y urbanística a la par de una transformación social y cultural de carácter integral. Por el tipo de relación que establecen los sujetos en y con la ciudad los métodos de esta disciplina posibilitan el abordaje de cada unidad territorial como ecosistemas interrelacionados y siempre en mutua conformación. Desde esta perspectiva analítica es posible develar las lógicas de generación de los arquetipos psicosociales y socio-culturales en su relación con la comunidad de pertenencia y su asidero en el discurso.

El antropólogo urbano debe examinar las formas y grados en que se dan las interrelaciones entre diferentes ámbitos de la vida social y de acuerdo con los roles y/o situaciones existenciales de cada individuo: hogar, parentesco, aprovisionamiento, ocio, relaciones de vecindad y tráfico. Esta visión antropológica privilegia tanto los espacios públicos como privados entendiéndolos en ambos casos desde su dimensión urbana-relacional, lo cual resulta de gran importancia a la hora de comprender las dinámicas socio-espaciales. En ningún caso es posible desprender lo público de lo privado y del interior de cada vivienda, ni siquiera del interior de cada sujeto por las disímiles maneras de exteriorización y de implicación del territorio en los fenómenos. Por eso desde esta perspectiva analítica no es posible concebir una privatización absoluta de los hábitos culturales porque la dimensión individual y la social son implícitas del concepto de cultura (Cuco Giner, 2004; Gravano (coord), 2016; Couceiro, 2009).

Finalmente, hemos de revisar los aportes de la Semiótica Urbana o Semiología Urbana al abordaje del discurso sobre el espacio como problema analítico dentro del campo de las Ciencias Sociales contemporáneas. En cualquier reflexión al respecto no pueden faltar los nombres de: Roland Barthes (1990), Iuri. M Lotman (2004) y Viacheslav V. Ivanov (2003) y el lugar que reservan a la ciudad como concepto troncal en sus análisis. En esta lógica de sentido la ciudad4 —como concepto puede ser extrapolado al territorio, a la región o al paisaje urbano, en dependencia de la óptica analítica aplicada en cada ocasión— puede entenderse como un complejo mecanismo semiótico que:

[…] puede cumplir su función sólo si en ella se mezclan un sinfín de textos y códigos heterogéneos, pertenecientes a diferentes lenguas y niveles. Precisamente el poliglotismo semiótico de cualquier ciudad la convierte en campo de diferentes colisiones semióticas, imposibles en otras circunstancias. Al unir códigos y textos diferentes en cuanto estilo y significación nacional y social, la ciudad realiza hibridaciones, recodificaciones y traducciones semióticas que la transforman en un poderoso generador de nueva información […] La ciudad es un mecanismo que recrea una y otra vez su pasado, que obtiene así la posibilidad de encontrarse con el presente en el plano de lo sincrónico. (Lotman, 2004: 5-6)

La ciudad, definida en estos términos por Lotman, ocupa un sitio especial en el sistema de símbolos que posibilitan el estudio de la historia de la cultura. Reconstruir la historia cultural de la ciudad desde estas claves permite investigar qué factores semióticos pueden contribuir a la conservación de las comunidades estables o a su transformación. Por otro lado, la propuesta barthesiana concibe a la ciudad como un lenguaje con autoridad discursiva propia, un punto de partida en el análisis semiológico de este espacio o de su ausencia. Según este autor para construir una metodología orientada hacia la erección de una semiología urbana, que permita el estudio de los espacios de simbolización y/o simbolizados, debemos:

Hasta aquí hemos de reconocer el aporte indiscutible de las disciplinas y conceptos relacionados con el espacio a la comprensión de este tipo específico de discurso que tiene en su centro el territorio, el espacio en sí mismo. Estas conceptualizaciones y herramientas exploradas nos permiten acercarnos a las condiciones que posibilitarán al espacio ser representado y representar al sujeto en un proceso que implica el reconocimiento de la ciudad y del espacio urbano como texto; aquí estamos hablando de la textualización del territorio y de su capacidad para discursar sobre sí mismo.

Para abordar una investigación de este tipo hemos de acercarnos a una segunda textualización, aquella que se realiza sobre el espacio territorial ya convertido en texto. Estos textos tendrán diversas formas de presentación, como certeza o posibilidad. En cualquier caso, podemos observar cómo el sujeto se apropia de su mundo físico, cómo el ser se realiza en relación con este espacio previamente textualizado, discursado y cosificado. Lo anterior nos hace preguntarnos: ¿qué claves analíticas permiten (re)construir esa segunda textualización que atañe directamente al estudio de la representación de un proceso histórico-cultural dado a partir del territorio? Para dar respuesta a esta interrogante hemos de aceptar que la comprensión a cabalidad de esa segunda textualización parte de reconocer que no podemos entender la representación de una clase social o un proceso histórico a través del discurso sobre el territorio si antes no comprendemos el territorio en sí mismo y sus dinámicas de conformación intrínsecas.

NARRAR EL ESPACIO: REPRESENTACIÓN Y DISCURSO SOBRE EL TERRITORIO

En julio de 1996, en la Universidad de Buenos Aires, el intelectual Néstor García Canclini dictaba tres conferencias que tenían entre sus temas centrales el análisis del espacio urbano como un lugar privilegiado del intercambio material y simbólico del sujeto, como lugar para representar y ser representado. En la última de las tres conferencias, titulada: «Viajes e imaginarios urbanos», el estudioso planteaba:

[…] debemos pensar la ciudad a la vez como lugar para habitar y para ser imaginado. Las ciudades se construyen con casas y parques, calles, autopistas y señales de tránsito. Pero las ciudades se configuran también con imágenes. Pueden ser las de los planos que las inventan y ordenan. Pero también imaginan el sentido de la vida urbana las novelas, canciones, películas, los relatos de la prensa, la radio y la televisión. (1997: 109)

Lo anterior indica que para abarcar el complejo mundo de relaciones que establece el hombre con su espacio, además de los conceptos propiamente urbanos hemos de acercarnos a otro tipo de conceptualizaciones que tiene en su centro nociones tales como: imaginario(s), significado(s), símbolo(s) y representación(es). En tales circunstancias, el concepto de representación social adquiere una centralidad indiscutible a partir de la relación biunívoca que describe con respecto al espacio y a su relación con el discurso. Cuando hablamos de representación hemos de reconocer que existen varias maneras de concebirla, maneras que, a su vez, no son necesariamente excluyentes. Una de ellas es la ideológica, es decir, en el ejercicio de producción discursiva somos testigos de las posiciones ideológicas y/o imaginarios socio-culturales que nos sostienen y dan sentido a nuestro ser en el mundo. También, pueden ser pensadas en términos más socio-antropológicos; por ejemplo, podemos preguntarnos si existe un discurso clasista. Esta interrogante de si hubiera diferencias en función de la clase remite a otro tipo de representación social que tiene en su base concepciones más cercanas a la Antropología.

Ahora bien, las representaciones son sociales en tanto son colectivamente generadas y practicadas, y de allí se derivan sus funciones: comprender y manejar el ambiente social, material e ideal, y orientar y organizar las conductas y las comunicaciones sociales. Lo anteriormente dicho nos permite asegurar que las estructuras espaciales ordenan, no solo la representación del mundo del grupo, sino el grupo como tal, que se ordena a sí mismo a partir de esta representación. En este sentido, hemos de comprender el espacio social enunciado como el lugar de cruce de las miradas de los sujetos en la construcción socio-espacial del mundo y el sitio de asentamiento de las actitudes respecto al mismo. Es mediante este ejercicio el momento en el cual el sujeto, en tanto ser social, asume la representación de su papel social y de sus relaciones y la proyecta al exterior. Según Ugo Volli:

[…] toda representación está hecha para una mirada que a la vez es extraña y está incluida en ella. Extraña porque la representación es una modalidad de la exterioridad, de la superficie significante que se opone a quien […] no debe poder penetrar sin control hasta el cuerpo y el deseo; incluida porque la representación prevé la mirada, la dirige, en cierto sentido la genera. (2015: 184)

Siguiendo esta lógica, hemos de regresar a Chartier en su texto: «El mundo como representación» donde plantea que:

[…] las acepciones de la palabra «representación» muestran dos familias de sentidos aparentemente contradictorios: por un lado, la representación muestra una ausencia, lo que supone una neta distinción entre lo que representa y lo que es representado; por el otro, la representación es la exhibición de una presencia, la presentación pública de una cosa o persona. (1992: 57)

Lo hasta aquí explicado muestra la ductilidad y amplitud del concepto de representación y la complejidad de las mismas. Estas adquieren un carácter dual que solo puede ser comprendido como un proceso de intercambio y construcción de ideas que responden a la aparente contradicción entre: exclusión vs inclusión y ausencia vs presencia y no son más que la demostración de la esencia relacional del concepto (Gunter, 2002; Villarroel, 2007; Pargas, 2018; Lozada, 2000; Perera, 2006).

En este sentido el estudio sobre las representaciones sociales se convierte en un tema y un problema de importancia central en cualquier estudio del discurso sobre los espacios. Dado que nuestra visión del mundo está marcada por las aspiraciones, costumbres, emociones y valores que nos definen como individuos, un mismo espacio físico puede ser (re)creado de disímiles maneras. Estas representaciones nos permiten conocer el espacio, pero sobre todo al sujeto que lo habita. Desde esta perspectiva analítica dicho espacio se constituye como un generador de significados múltiples. Estos significados debían y deben tener en todo momento la capacidad de actualizarse, interactuar y condicionar las respuestas y actitudes de los individuos y grupos sociales frente al espacio que los nombra y cualifica. De tal forma, la autoridad discursiva de la cual está investido el territorio-enunciado propicia que sobre este sean construidas las estructuras narratológicas del sujeto y su espacio habitado y, por consiguiente, podemos analizar el resultado de su plasmación discursiva como forma de imaginación-representación-legitimación del ser.

Ahora bien, cómo entender la centralidad del discurso en cualquier análisis de las representaciones socioespaciales de los sujetos y grupos si no partimos de su conceptualización específica y de su relación con otras nociones como: lenguaje e ideología que nos permiten comprender las dinámicas explicativas propias del ejercicio discursivo. Las diferentes definiciones de dicho concepto se centran en diversos aspectos de la comunicación o en distintas combinaciones de aspectos que, a su vez, pueden responder a niveles más básicos o más complejos. Aun así, hemos de reconocer que la teoría de la comunicación considera al discurso como una práctica social enmarcada en un contexto sociocultural, entendiendo este último como definiciones subjetivas propias de los participantes en las situaciones comunicativas. Esta concepción del discurso como práctica social es la que permite defenderlo como un acto de comunicación anclado a un espacio y a un tiempo, mediante el cual el emisor en la medida en que responde a sí mismo, lo hace también a su cultura, a un grupo social y/o a una institucionalidad dada (Calsimiglia y Tusón, 2001). Hasta aquí, el discurso lo hemos definido como una práctica, pero también puede ser pensado en tanto producto de la comunicación misma. Esta visión se refiere a la disposición y al arreglo de los contenidos (ideales, imaginarios, simbólicos) que son localizables en diferentes soportes socio-comunicativos y se vehiculan en la sociedad a través de diversos canales: medios de prensa, audiovisuales, institucionales, gubernamentales (Casado, 2011; van Dijk, 1980). Esta doble determinación que ubica al discurso como práctica y producto nos permite, entonces, entenderlo como una forma de presentación, organización y enunciación de los saberes resultantes del proceso comunicativo en tanto expresión de una espacialidad determinada.

Finalmente, hemos de abordar las dos categorías antes mencionadas porque sin ellas resulta imposible comprender las relaciones del discurso con la sociedad. En primera instancia, para acercarnos al lenguaje como concepto habremos de partir de la certeza de que el mismo encubre, en mayor o menor medida, las relaciones de poder que se perciben en el discurso; pues detrás de las palabras se esconden patrones de conducta, costumbres y modos de ser que han sido creados o dotados con un contenido semántico y un valor estilístico y sociolingüístico determinados. Analizado lo anterior encontramos lógico plantearnos la influencia central del lenguaje, como sistema simbólico y significativo, sobre el desarrollo de la cultura entendiendo que las normas sociales de uso del lenguaje responden tanto a una estratificación social como situacional. El lenguaje al ser parte integral de la totalidad social y de sus contradicciones puede y es expresado de forma factual y contextual a través de una articulación discursiva susceptible de ser analizada para comprender las relaciones sociales y de poder que determinan los entramados y estructuras sociales.

Por otra parte, la noción de ideología y su relación con el discurso es incuestionable, a su vez, nos recoloca frente a otro concepto ya trabajado: representaciones sociales. De acuerdo con la concepción empleada para el análisis, las ideologías desempeñan un papel fundamental en la legitimación y aceptación del sentido común –en nuestro caso específico «sentido común urbano»-; las mismas son el fundamento de las representaciones compartidas por un grupo social dado y cognoscitivamente son una clase especial de sistema de conocimientos sociales almacenados en la memoria de largo plazo (van Dijk, 1999). Estas ideologías son entendidas y estructuradas como un esquema que consiste en varias categorías que cognoscitivamente representan las principales dimensiones sociales de los grupos, tales como sus propiedades distintivas, criterios de asociación, objetivos, normas y valores, grupos de referencia y recursos o intereses básicos. Ahora bien, los grupos marcados siempre ideológicamente organizan y controlan la adquisición y reproducción de su espacio desde el discurso sobre el mismo como forma de (auto)afirmación individual y gregaria.

En este punto resulta inevitable regresar a García Canclini, su obra se inscribe dentro de una de las perspectivas más contemporáneas de los estudios urbanos y comunicacionales que está determinada por la «[…] tendencia a entender la ciudad en relación con los procesos de comunicación y a éstos vinculados con la trama urbana» (1996: 9), línea que asumiremos como una de las referencias fundamentales para el desarrollo de la investigación en cuestión. En esta ocasión nos resulta de especial interés el análisis de la prensa escrita como recurso para elaborar en forma argumentada el debate sobre el espacio físico y su determinación social lo cual se hace patente en la expresión: «El medio periodístico ha sido el primer recurso tecnológico moderno para informarse sobre la ciudad» (1996, p. 13). Partiendo de esta certeza el autor argumenta que los medios tienden y tienen la necesidad de buscar la forma de rediseñar las estrategias comunicacionales de dichos espacios comunicativos para arraigarse en los espacios concretos. Aunque reconozcamos esta verdad este es un proceso que se da en dos sentidos, por lo cual también hemos de entender que los medios tienen la capacidad de construir y modelar sus visiones del mundo y el espacio físico no escapa a esta realidad. La prensa unifica la ciudad, la imaginan, construyen y proyectan para su aceptación general, pero esa proyección es también selectiva y excluyente. La ciudad en los medios se acepta y se nombra, se selecciona y se diseña.

CONCLUSIONES

En 1974 George Perec presentaba un trabajo titulado Especies de espacios en el que expresaba «[…] el espacio es una dimensión, una extensión, una materialidad, una realidad, una configuración, una estructura, la inducción, la diseminación, la fragmentación… Todo tiene lugar en el espacio, todo es el espacio o todo es espacio u ocupa un espacio» (2001: 11). La anterior definición nos permite cerrar el análisis del territorio observándolo en relación con el espacio. Así el territorio se convierte en una realidad de doble signo. Por un lado, la objetivación del espacio, esa territorialización del mismo, que implica el establecimiento de límites concretos como forma de determinar cómo y quiénes habitan y organizan ese territorio. Por el otro apunta a la subjetivación de espacio como representación de sí mismo y de los sujetos que se imaginan en él y a través de él.

Ahora bien, según lo analizado hasta aquí el territorio es múltiple y puede abordarse a partir de diferentes referentes teóricos y metodológicos. En tanto espacio de representación su estudio es materia de la historia cultural urbana y la semiótica que construye y determina las subjetividades de los sujetos, los símbolos que los definen y que aportan gran parte de los significados y referentes que facilitan nuestra comunicación con y a través del espacio territorializado. En tanto fuente de identidad social que nos permite identificarnos con los vecinos, con el otro estamos en presencia de un ejercicio antropológico que hace posible que nos identifiquemos como comunidad territorial a partir de sentimientos más o menos compartidos, prácticas sociales semejantes, creencias cercanas u otro tipo de manifestación de la vida social. Finalmente, en tanto espacio concreto construido socialmente apropiado por los agentes sociales a través de actos creativos, discursivos y de ocupación del territorio es materia de la Geografía Humana.

De tal forma podemos afirmar que, las obras y los autores antes mencionados utilizan el arsenal teórico enunciado para develar y contextualizar las múltiples interpretantes del territorio discursado o como discurso. Apoyados en estos puntos de vista no queda duda de que el espacio es parte indisoluble de los significados y símbolos territoriales como totalidad, pero a su vez constituye una generalidad que impone sus discursos identitarios sobre la comunidad lingüística y territorial que lo interpela y reta. Su fuerza representativa y autoridad discursante sobre los imaginarios sociales garantiza su omnipresencia sobre el territorio mismo.

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DATOS DE LA AUTORA

Laura Vázquez Fleitas (Matanzas, 1990). Licenciada en Historia (2015) y Máster en Estudios Interdisciplinarios sobre América Latina, el Caribe y Cuba (2018) por la Universidad de La Habana. Profesora Auxiliar del Departamento de Historia de Cuba de la Facultad de Filosofía e Historia de la propia universidad. Miembro del Comité Académico de la Maestría en Estudios Interdisciplinarios sobre América Latina, el Caribe y Cuba y Vicedecana Docente de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana. Especialista en estudios sobre la élite socioeconómica cubana durante la etapa republicana desde perspectivas teóricas relacionadas con el análisis crítico del discurso, la historia de mujeres y la historia sociocultural urbana. Cuenta con publicaciones en la revista Temas, Horizontes y Raíces, Cambios y Permanencias, revista Historia Social y de las Mentalidades y Cuban Studies relacionadas con su tema de investigación. Su experiencia docente e investigativa incluye temas relacionados con la representación de la élite de la burguesía cubana a través del discurso sobre su espacio social construido y problemáticas cercanas al estudio de la República burguesa en Cuba (1902-1958), la Hermenéutica, la escritura de la Historia y la teoría de la Historia.

Cómo citar este artículo: Vázquez, L. (2024). La «invención» escritural de la ciudad. El discurso sobre el espacio como forma de abordaje de las representaciones sociales. Islas, 66(208): e1403.

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ISSN: 0042-1547 (papel) ISSN: 1997-6720 (digital)

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  1. En este sentido debemos plantear que aquello que vendría a denominarse como el Grupo Modernidad/Colonialidad tuvo sus momentos inaugurales en el contacto de algunas de sus figuras más descollantes entre ellos o con otros intelectuales renombrados en el ámbito de las Ciencias Sociales a nivel mundial como fue Immanuel Wallerstein. Los intelectuales que se nuclearían alrededor de: Walter Mignolo, Aníbal Quijano y Enrique Dussel, como figuras fundamentales, tendrían su primera oportunidad de reunirse para debatir un grupo de problemas que afectaban y definían el contexto latinoamericano, alrededor del año 1998 en el simposio Alternativas al eurocentrismo y colonialismo en el pensamiento social latinoamericano contemporáneo (Pachón Soto, 2008: 8-35).↩︎

  2. Aunque los principales textos de Henri Lefebvre fueron citados con anterioridad, la obra de este estudioso constituye un referente para historiadores, sociólogos, arquitectos, urbanistas y geógrafos. Muestra de la anterior afirmación lo constituyen los siguientes trabajos: (Baringo Ezquerra, 2014; Gasca-Salas, 2017; Molano Camargo, 2016; Espinosa Hernández, 2020; Castro-Martínez, 2021).↩︎

  3. Estos presupuestos teóricos son presentados a través del libro Geografías de lo imaginario (Lindón y Hiernaux (dirs.), 2012) donde encontramos un interés central en el estudio de los imaginarios, pero vinculados al espacio como forma de representación de los sujetos. Los trabajos recogidos en este texto permiten reflexionar, en primer lugar, sobre los sujetos y sus estrategias de diferenciación-afirmación en y sobre el espacio social y, en segundo lugar, ubica a los actores en sus diferentes espacios de actuación teniendo la oportunidad de definirlos y caracterizarlos desde los imaginarios generados. Dentro de esta obra resultan de especial importancia los artículos: «El sujeto, el lugar y la mediación del imaginario» de Vincent Berdoulay; «Los imaginarios urbanos: una aproximación desde la geografía urbana y los estilos de vida» de Daniel Hiernaux y «Los dos imaginarios» de Dean MacCannell por sus aportes en el campo metodológico. En el primero de los textos mencionados el autor destaca de manera particular el papel de la narrativa, que otorga coherencia a lo imaginario y lo traduce en acciones. Así, establece los vínculos que llevan consigo la co-construcción del lugar, del sujeto y de las formas de pensar y producir el mundo. Los restantes trabajos convergen en el análisis de los imaginarios espaciales de la ciudad, de lo urbano y de las nuevas configuraciones territoriales asociadas a procesos de ordenamiento e intervención en el territorio ya sea por las políticas territoriales, o por los agentes activos en la manufactura del territorio. En este rumbo Daniel Hiernaux plantea que los imaginaros urbanos, como forma particular de los imaginarios sociales, influyen en las formas de ocupación y apropiación del espacio, mientras que Dean MacCannell concibe a los imaginarios urbanos como discursos sustentados en el control y la segregación.↩︎

  4. Aunque la ciudad constituye, indiscutiblemente, uno de los centros temáticos más importantes de la Semiótica Urbana no es el único (Leone, 2015; Góngora Villabona, 2012; Treviño Aldape y Ramírez Ibarra, 2018; Valera, 1999).↩︎